La encrucijada boliviana

Gerardo Rodríguez (*)

Antes de La Conquista era el Qullasuyu, después de ella se llamó Alto Perú, perteneciente al Virreinato del Perú, y posteriormente se la denominó Audiencia de Charcas, del Virreinato de La Plata. Cuando finalmente accedió a la Independencia en 1825, tomó el nombre del Libertador y se llamó República de Bolivia hasta la refundación del Estado con la aprobación de la Constitución de 2009, a partir de entonces se proclama Estado Plurinacional de Bolivia.

Es importante esta somera introducción nominal por que el Estado nuevo que surge en 2009 conlleva una cesura de enorme trascendencia en la historia de este territorio enclavado en el corazón de América del Sur, que recientemente ha sido objeto de un Golpe de Estado que ha desalojado del poder a los ganadores de las elecciones presidenciales del 20 de octubre de 2019, que le otorgaron la victoria al MAS (Movimiento al Socialismo) en la 1ª vuelta.

En los años del periodo preconstituyente y constituyente (2000-2009), los bolivianos procedieron a la deconstrucción de un Estado que en realidad supuso una segunda colonización para la mayoría de ellos: la que ejerció la minoría criolla blanca, nieta de los conquistadores que llevaron la impronta imperial de Castilla e hija de los libertadores que lucharon contra España hasta que se dieron cuenta de que se sentían verdaderamente americanos y que la emancipación era fructífera para sus intereses de clase.

Por ello, la historia de la República de Bolivia es también la historia de la discriminación, de la pobreza y del expolio de los pueblos originarios, una historia de venas abiertas por las que se desangraban sus recursos naturales que, a la postre, contribuían al enriquecimiento de las élites bolivianas y de las corporaciones de los países del norte, dejando a cambio pobreza, explotación y nuevas enfermedades.

Salvo el periodo de la llamada Revolución Nacional (1952-1964), la historia de la República se caracterizó por sucesivos Golpes de Estado y cuartelazos motivados por rivalidades personales o enfrentamientos entre facciones por el poder, siempre a lomos de ese fenómeno tan latinoamericano llamado caudillismo. Así, la República se construyó orillando a la mayoría de la población, sin su complicidad, sin su implicación, sin su integración. El “otro” era el indio, y solo tenía cabida como mano de obra barata o como atrezo de un cierto color local, pero nunca como un igual con los mismos derechos y garantías.

El Progreso, en su concepción europea, y el Desarrollo como su pareja de baile económico, no solo marginaron a los aymaras, quechuas, guaraníes o moxeños, sino que se edificaron “sobre” esos pueblos. Progreso significaba desarticular sus costumbres tradicionales, sus ancestrales ritos colectivos, sus ofrendas a la Pachamama, la madre tierra a la que sienten como algo vivo. Progreso como atomización de su vida comunitaria, como la definitiva fijación de límites a pueblos acostumbrados a fluidos desplazamientos.

Desarrollo significaba el saqueo de sus recursos, principalmente materias primas, primero la plata de Potosí durante los siglos de la colonia, después las décadas de explotación del estaño, donde dejaron su vida miríadas de mineros que, con una media de vida de 35 años, morían de silicosis. Ahora, en este momento histórico, ya estaban puestos los ojos en el gas y el litio, este último tiene sus mayores reservas en un lugar único, de una belleza natural inigualable y majestuosa: el Salar de Uyuni.

Los dioses blancos del Progreso y el Desarrollo pasaron por Bolivia y solo dejaron polvo no más, como los americanos a su paso por el pueblito de “Bienvenido Míster Marshall”, la película de Berlanga. Así que hartos de polvo, de Progreso y Desarrollo, un día el pueblo plurinacional de Bolivia tomó la Plaza y transformó la médula legal del Estado hasta convertirlo en lo que siempre debió ser: el espacio público de TODOS. Esa fue la refundación de Bolivia a través de la Constitución de 2009  que reconoce la existencia, las costumbres y el derecho a vivir de sus recursos de los pueblos originarios.

En mi opinión Evo Morales no debió presentarse a las elecciones del 20 de octubre pero el Golpe de Estado va más allá de derrocar un presidente, pretende volver a la antigua República, a la “democracia pactada” de la vieja partitocracia, al dominio de las élites de Santa Cruz de la Sierra y los demás departamentos de la “Media Luna” (Beni, Pando y Tarija) sobre el sistema productivo del país, a la privatización de los hidrocarburos y demás materias estratégicas que nacionalizó el gobierno del MAS multiplicando el dinero que se queda en el país para invertirlo en Servicios Públicos básicos.

Por volver, dicen que volverá a entrar la Biblia en el Palacio Presidencial, tal cual los conquistadores de antaño en Alto Perú, como si allí hubiera habitado un diablo, un sin dios, un indio, Evo Morales sin ir más lejos.

Pero se engañan, las cosas no volverán a ser como antes, cuando saborea la libertad y se sabe protagónico, un pueblo no acepta de buen grado volver al ostracismo. Lo veremos si en el futuro hay elecciones limpias y auditadas por organismos internacionales, las perderá la oligarquía criolla, el ejército, la Iglesia y los medios de comunicación en manos de las grandes fortunas, por dos motivos: los “otros” son más y llevan razón.

(*) Profesor de Filosofía y Miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC