Decidamos el Telde que queremos

Carmen Hernández (*)

Gregorio Chil y Naranjo es, sin ningún género de dudas, uno de los vecinos más ilustres que Telde ha tenido a lo largo de su extensa historia. Nacido en nuestra ciudad en 1831, dedicó gran parte de su vida al estudio de la vida prehispánica en Canarias, a conocer y a que conociéramos todos esa época que nos precede y que, en muchas cuestiones, nos explica como pueblo.

Este médico y antropólogo decisivo para la historia y la ciencia en Canarias –cuyos padres y abuelos eran también teldenses- reunió el valor para emigrar con el propósito de mejorar su formación, la perseverancia para hacer de la ciencia un dogma de vida, la bonhomía para asistir a los que atravesaban penurias en la difícil época que le tocó transitar, el coraje y el talento para abrir caminos que hasta ese momento no existían en nuestra tierra y la generosidad más absoluta para donar a la comunidad todo aquello que poseyó en vida.

Fundó la Sociedad Científica El Museo Canario y nos legó una prolífica cantidad de obras escritas que los investigadores han estudiado y continuarán escudriñando por muchos años. Además, es considerado hoy, internacionalmente, uno de los grandes referentes de la antropología.

Gregorio Chil y Naranjo representa, junto a otros nombres como los de los hermanos León y Castillo, Hilda Zudán, Inés Chemida, Saulo Torón, Plácido Fleitas o Tomás Marín de Cubas, la grandeza de Telde y su longeva historia. La historia de la primera ciudad fundada en Canarias.

Vivimos hoy una existencia acelerada que muchas veces no nos permite disponer de esa pausa necesaria que nos deje mirar atrás para valorar, para reflexionar. Pero parece lo más razonable recordar que ese ente vivo que llamamos ciudad y su idiosincrasia la han conformado todos aquellos que, en una u otra época, la han habitado y la han hecho respirar como una comunidad unida.

La historia de Telde está repleta de momentos de lucha, de tesón y de orgullo, y esos han sido los elementos que han forjado un carácter en el que sobresalen cualidades como la solidaridad, la hospitalidad con el que llega, la diversidad de sus gentes generada por la extensión de su territorio y de sus paisajes también diferentes, y un arraigado sentimiento de canariedad.

Las últimas décadas supusieron un desarrollo y una modernización que nos guían hasta el Telde que hoy somos. Una gran ciudad en la que, sin embargo, sobreviven todas las bondades de los pueblos. Una urbe en la que a su inmejorable situación geográfica une los tesoros de su costa y las maravillas de sus medianías y de su cumbre, ensalzados con un patrimonio histórico cuya riqueza difícilmente puede encontrarse en otros rincones de las Islas.

Todo este excelso bagaje debe servirnos de guía a las y los teldenses, como ese punto de referencia que debemos tener a la hora de decidir lo que queremos que ser en los próximos años y los caminos por los que queremos transitar.

Antes de aterrizar en cuestiones más concretas y materiales, considero que es imprescindible contemplar con detenimiento los valores que impregnan nuestra ciudad porque, lejos de resultar conceptos etéreos y difuminados, su presencia en nuestra vida diaria nos permite construir la comunidad que deseamos.

Así, la honestidad, la verdad, la responsabilidad, el respeto, la tolerancia, el agradecimiento, la solidaridad y la libertad forman parte de ese compendio con el que se conforma un lugar y una comunidad. Un rincón donde la prosperidad necesaria para dignificar la vida de las personas y la generosidad precisa para no subyugarlo todo a la ley del más fuerte sean las piedras angulares de un proyecto sostenido y sostenible, que nos haga avanzar hacia una mayor calidad de vida para los hombres y mujeres que poblamos este municipio.

Con esos principios por bandera, las y los teldenses estamos obligados a continuar defendiendo el buen nombre y el prestigio de nuestra ciudad. Estamos comprometidos a desterrar las sombras que alguna vez nos acuciaron y que, desafortunadamente, necesitan más tiempo del que nos gustaría para lograr que retrocedan hasta su definitiva desaparición.

Y ante esta certeza, no nos cabe otra opción que continuar firmes en la defensa del interés de la mayoría social, en la limpieza de pensamiento y de acción, y en la altura de miras –sentido común, diría yo- de colocar siempre los asuntos de todos por encima de los asuntos de unos pocos, por legítimos, o no, que estos sean.

El honor de nuestra ciudad está en juego. Con errores y aciertos, con consensos y con discrepancias, caminemos siempre con la integridad como acompañante. Nuestros principios morales como pueblo deben ser innegociables y deben erigirse como la fuente de todas las aplicaciones prácticas que queramos implementar para edificar nuestro día a día y para conquistar nuestro futuro con cada uno de nuestros pasos.

No entiendo un Telde sin que el medioambiente sea capital.  Nuestro territorio merece una protección y un cuidado sin ambages, para ser puesto al servicio de las personas de una manera razonable y, por supuesto, con la vista puesta en las próximas generaciones. Por eso, se antoja inaplazable una ordenación del territorio que se desarrolle sin miedo al progreso pero también sin caer en las garras de esa explotación y de ese mercantilismo deshumanizado que carecen de la necesaria vertiente de responsabilidad social.

No puedo imaginar una ciudad que a la vez que acomete el reto de procurar un empleo para los suyos, no ofrezca su lado más humano y amable a aquellos que se han quedado atrás, muchas veces excluidos de esa burbuja inundada de injusticia, en la que impera el ‘tanto tienes, tanto vales’.

Quiero un Telde que mire a los recién llegados a la vida, a su infancia, y que esté en condiciones de garantizarles que, más allá de los condicionantes que imponen las cuestiones monetarias, sobresalga por ser una comunidad que puede garantizarles a todos que disfrutarán de las mismas oportunidades para mejorar su vida.

Quiero un Telde que arrope a los vulnerables, ya sea por su avanzada edad o por cualquier otra circunstancia que les obligue a depender de los demás.

Lucho cada jornada por un Telde donde las infraestructuras inviten a la ciudadanía a ser conscientes de que el ejercicio físico y los hábitos saludables son directamente proporcionales a la felicidad y que les permitan disfrutar de múltiples ámbitos en los que nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu pueden buscar refugio y alimento.

Me siento muy afortunada por disfrutar de un Telde que ha recuperado la cultura para sus vecinos y vecinas, y me esfuerzo para que este sea solo el principio del fortalecimiento de nuestra ciudad como escaparate y como hacedora de eventos culturales que nos sigan enriqueciendo a todos y todas.

Y por supuesto, quiero un Telde cuya Institución local continúe por la senda de la recuperación hasta alcanzar la relevancia que nunca debió perder y que hará que sus ciudadanos y ciudadanas vuelvan a sentirse orgullosos. Un Ayuntamiento eficaz, capaz de solucionar los problemas que le presenten sus administrados. Un consistorio, en definitiva, que no vuelva a caer en esa tentación de endeudarse de nuevo hasta límites que le hagan caer otra vez en el pozo.

Por encima del ruido, de los intereses de cada cual, de los gustos y opiniones encontrados, de las decepciones entendibles, de las alegrías y desvelos partidistas, de las ambiciones desmedidas… Por encima de todo, Telde.

Porque Telde somos todos y todas, y esa realidad nos pide decidir con templanza y con seguridad qué seremos y hacia dónde iremos, para convertirnos, juntas y juntos, en verdaderos protagonistas de nuestra historia, como lo fue Chil y Naranjo.

(*) Candidata de Nueva Canarias a la alcaldía de Telde