El padre de Mena

Arístides Dignidad (*)

Diógenes el cínico. Siempre nos queda Grecia. Aprender de ellos. Buscamos lema, exempla: una de sus más famosas anécdotas fue la de la linterna. En esa ocasión, paseaba el sabio de noche, con una antorcha encendida en la mano, y alguien le pregunto qué andaba buscando. Su respuesta fue: “Busco un hombre”.

De Atenas a Arona. Miles de años nos contemplan, parafraseando a Napoleón. La noche se ha instaurado en el municipio, o mejor dicho, en la Casa del Pueblo. Se ha apagado cualquier atisbo de luz, de claridad, de campos despejados y con buenas perspectivas. Una gran nube negra, con ciertos rostros esculpidos a base de duros martillazos se ha apoderado de un gobierno que hace poquito estallaba de alegría, de regocijo, cuando contra todo pronóstico, los socialistas conseguían no solamente la mayoría absoluta, sino añadir uno más en la cuenta.

Una nube negra que hasta el momento se ha significado, se ha proyectado sin problema alguno, que se ha elevado al cielo como irredentos ‘Nazguls’ y tiene a todo el mundo paralizado de tanto grito, con tanto chillido, donde siempre se repiten los mismos nombres, ¡¡¡¡Nicolás, Felipe, Julián, Bolsón, La Comarca, mi Tesoro!!!!.

Un Luis para gobernarlos a todos y seis anillos a quienes en las tinieblas quieren el poder de hacer lo que les de la gana, sin control, sin que nadie les marque nada, metidos en sus propios infiernos, algunos dramáticos, otros hospitalarios, otros deportivos, otros sociales, otros fiesteros y siempre al fondo, quien les dejó hacer, quien confió en ellos y al que ahora acuchillan sin piedad.

Estos señores y señoras necesitan siempre hechiceros de la palabra, Saruman’s paticortos que mirando al Ojo de Luis y compañía, puedan salir al campo y comenzar sus matanzas, cimentadas en la crueldad, en el oprobio y siempre, siempre instalados en  la mentira. Al no tener límites, sus acciones caen en abismos malvados y malolientes, siguiendo la estela de un William Blake: todo aquel que desea y no cumple esos deseos, engendra pestilencia.

Una pestilencia que alcanza a todos, tirios y troyanos, buenos y malos. Y tan alto tiran que no les importa mancillar el árbol familiar, el acercarse al mundo que nos une a todos como mortales y en el que la política sobrevuela, pero que no debe anidar en él y que debe complementarlo, no estropearlo.

Los Mena. Objetivo militar. No sólo el hijo, sino el padre. El mal tiene estrategias y fascina como el ojo de la serpiente. En este caso las miradas de ofidio revelan que metiendo al padre del alcalde en vereda, se justifica lo que es un espejismo, un oasis de mentiras, medias verdades y algunas veces, fabulaciones. Y ahí no podemos ni debemos estar. No es posible y es repugnante esa exposición, ese cuento narrado por un idiota, furioso y deleznable, Shakespare dixit.

Han sacado a un padre para herir al hijo. Sixto Mena no puede ser culpable por traer al mundo a un alcalde. Quizás la pasión por la política que anida en su casa y porque no, en su negocio, humilde, pero siempre abierto y convertido en un ágora aronero, con todo lo que eso significa, lo haya expuesto, pero de ahí a convertirlo en una especie de Toto Riiná, metido en la barbería, muñiendo corruptelas, construyendo redes criminales, contaminando la cosa pública, va un abismo y no el de Helm.

Sixto es Arona o mejor, un hombre sencillo, sureño al ciento por ciento, con una familia forjada en ese paisaje que devino de rústico a urbano, que a unos hizo ricos, a otros, medianos y a la inmensa mayoría, normalitos. De su padre y de su abuelo, estar en la izquierda y de ahí al compromiso con el partido, iba un paso que dio, sin dudarlo. Trabajaron él y su esposa como chinos, nunca mejor dicho, tuvieron hijos, se apoyaron en sus antecesores para el cuidado de los niños y donde el padre encontró un sentido y una tarea, el hijo siguió sus pasos y llegó mucho más lejos que él, consiguiendo lo que se considera el mayor honor para quienes tienen la política en la sangre, ser alcalde de su pueblo.

Es normal que en ese camino y luego tras salir al balcón consistorial, Sixto Mena tenga algo que decir como veterano en el partido, como instigador de iniciativas vecinales, de asumir demandas de Arona Casco a través de una asociación y que luego suba y baje al Ayuntamiento, hablando con todos y todas, pero de ahí a convertirlo en un oscuro y malvado ‘Padrino’ o que su negocio sea una tenencia de alcaldía, pues que quieren que les diga: va un despeñaperros. Sixto y su hijo José Julián tienen un pacto tácito y el alcalde mantiene un equilibrio exquisito y nunca, decimos nunca, ha mezclado a su familia con la gestión municipal.

Un duro equilibrio, pero que se ha mantenido férreo durante el mandato anterior y en este. Una cosa es que en la casa de Sixto se hayan sentado muchos, incluidos los que ahora lo vejan y lo despellejan en la plaza pública y que se hable de lo que pase en Arona, como diría el alumno de Juan de Mairena.  La imaginación es bella  cuando construye, pero asesina cuando quiere derribar, destruir, aniquilar.

Mena puede ser cuestionado, abatido, ametrallado como alcalde, como cargo público y quizás con los años se le pueda decir lo que se le tenga que decir respecto a lo que ahora es un escándalo y un oprobio no solamente para los socialistas, sino para todo el mundo, sea de la ideología que sea, pero meter a la familia, a un padre en un lodazal, solamente por eso, porque es el que trajo al mundo al alcalde de su pueblo, es además de repugnante, indigno y nada ético, sobre todo porque quien lo pone negro sobre blanco, también fue hijo y tuvo padre.

Sixto Mena es padre del alcalde y no ha pecado por ello. Ahí está todos los días trasquilando las cabecitas de los que entran en su negocio y sirviendo un queso de puta madre en su casa en horas del mediodía, en la que ha instaurado una mesa, no redonda, donde se come y se bebe hablando de lo divino y lo humano, como muchos como él en ese bendito pueblo. Y allí se sienta cualquiera, como le enseñó su padre, abuelo del alcalde, que como hombre genuino de izquierda, represaliado y demás, decía que un trozo de pan, con ese queso porfa, no se le niega a nadie, incluidos a quienes escupen sobre él.

Lo dicho, Sixto Mena, padre de José Julián.

(*) Periodista