Cuando la política empieza a dejar de ser útil

Esperpéntico, palabra esta que define los posicionamientos que los diferentes partidos han teatralizado en una de las cámaras de representación del pueblo español: el Congreso de los Diputados, en las dos sesiones de investidura fallidas, hasta el momento, para nombrar a un nuevo presidente de la nación.

Desconcierta que, tras unas segundas elecciones, unas y otras formaciones políticas sigan en el empecinamiento de sus maximalismos, cuando la voluntad popular de los españoles es la del acuerdo. Acuerdo, aunque este fuera de mínimos, necesario ante la imposibilidad palpable de que una formación política pueda volver a alcanzar una mayoría absoluta.

Tiempos nuevos, tiempos de consenso, tiempos de cesiones...El enfoque no puede ser otro, y la comicidad que manifiestan la mayoría de los líderes políticos deja al descubierto que la renombrada regeneración democrática a la que todos se apuntan, requiere necesariamente nuevos interlocutores y/o líderes que manifiesten una conexión directa con la realidad de aquellos a los que dicen representar, el pueblo, y que no le generen hastío.

Mientras tanto, y si llega el caso, la ciudadanía nos veremos abocados a tener que regresar a las urnas, para vergüenza de aquellos que consideramos la política como la solución, más que determinados políticos (de cualquier ideología), y no el problema, y que tendremos que regresar a las urnas para depositar nuestra confianza, en unos u otros, a la espera de que las formaciones políticas estén a la altura de un país cuya política nacional no puede estar en la interinidad, porque parece que se han establecido líneas rojas que son insalvables. Ni siquiera han tenido la decencia de sentarse a dialogar todos, un diálogo que se hace imperativo más allá de sus intereses identitarios y/o partidistas, en el que su única prioridad tiene que ser la defensa del interés general, por encima de presiones mediáticas o de cualquier otro tipo.

Habrá que esperar si es viable, un nuevo perfil de políticas y políticos que consensuen posicionamientos para que defiendan políticas que beneficien el interés general, y dejen a un lado esos maximalismos, que dejan al descubierto las formas de la "vieja política" y su incapacidad de diálogo y su sordera sobre las demandas del pueblo, al que se deben, y del que tienen que recobrar su confianza (o al menos de una parte del mismo). A la espera de ese cambio de rumbo, y en el convencimiento que hay que atraer hacia la misma a la ciudadanía, y no generar desafección por ella, y así conseguir que la mayoría de la ciudadanía opte por acudir masivamente a las urnas, cuestión esta que legitima a sus representantes y que supondría un éxito para la democracia, donde todos ganaríamos.

(*) Articulista