Nacer, vivir, morir y reencarnar, puede que sea un viaje entre estrellas y conciencia
Bruno Perera (*)
Nacer, vivir, morir y reencarnar, puede que sea un viaje entre estrellas y conciencia, que al mismo tiempo está frecuentemente asociado con tradiciones espirituales y religiosas, pero es fascinante observar cómo se puede reinterpretar estos temas desde una perspectiva más científica y filosófica.
La idea de que somos, en esencia, "polvo de estrellas" no es solo poética, sino también respaldada por la astrofísica.
A través de siglos de evolución del cosmos, los elementos que componen nuestro cuerpo —carbono, oxígeno, nitrógeno y muchos más— se formaron en las profundidades de las estrellas que estallaron en cataclismos y se dispersaron por el universo, para finalmente encontrar su camino hacia la Tierra y, con el tiempo, convertirse en nosotros mismos.
La ciencia nos dice que la materia y la energía son transformables, pero nunca desaparecen; simplemente cambian de forma.
Esta premisa de la física puede dar un nuevo significado al concepto de reencarnación, sugiriendo que nuestra existencia individual podría ser parte de un ciclo infinito de transformación.
A medida que la materia se descompone, la energía que una vez habitó en nuestras formas físicas no se pierde, sino que se redistribuye. Así, ¿Qué implicaciones tiene esto para nuestra comprensión de la vida y la muerte?
En lugar de ver la muerte como un final absoluto, podemos contemplarla como una transformación más en este ciclo de energía y materia.
La idea de regresar a este ciclo, de alguna manera u otra, ofrece una perspectiva refrescante que puede liberar a muchas personas de las ataduras del miedo a lo desconocido.
Cada una de nuestras existencias podría ser un capítulo fascinante dentro de una narrativa cósmica mucho más amplia.
Sin embargo, esta confluencia de ciencia y filosofía plantea preguntas profundas sobre la identidad y la conciencia. Si la materia que compone nuestro ser puede trascender y transformarse, ¿Quiénes somos realmente? La reencarnación, entonces, podría no solo referirse a la repetición de una vida en un nuevo cuerpo, sino a una continuidad de experiencias y aprendizajes que trascienden nuestras nociones convencionales de yo y existencia.
La conciencia, ese misterio aún no completamente desentrañado por la ciencia, se convierte en un elemento esencial en esta discusión. ¿Es nuestra conciencia simplemente un producto de la actividad cerebral, o existe como una forma de energía que puede no dejar de existir cuando el cuerpo físico falla? Estas preguntas no solo desafían las creencias tradicionales sobre el más allá, sino que también nos invitan a explorar las fronteras de la existencia humana y más allá.
Esta exploración de la reencarnación desde una lente científica y filosófica aporta un telón de fondo intrigante para un diálogo profundo sobre el significado de nuestra existencia. La idea de que cada vida es una oportunidad de aprendizaje, de transformación y de conexión con el cosmos puede ayudarnos a vivir con mayor propósito y conciencia en el aquí y el ahora.
Es esencial, en este contexto, reconocer que la ciencia y la espiritualidad no son necesariamente opuestas. Al contrario, pueden ser complementarias en nuestra búsqueda de respuestas sobre quiénes somos y qué ocurre después de nuestra "última" vida. La convergencia de estos dos dominios puede abrir nuevas puertas a la comprensión y fomentar una actitud de respeto hacia la vida, la muerte y el gran universo infinito que nos rodea.
Conclusión
En resumen, mirar la reencarnación como un horizonte que une los campos de la ciencia y la filosofía nos permite repensar nuestra relación con la vida, la muerte y el cosmos. Cada uno de nosotros es un hilo en el enorme e incomprensible tejido del universo, y nuestra existencia puede ser mucho más que el resultado de una existencia individual. Podría ser, en lugar de una respuesta final a las preguntas de la vida, el principio de un eterno viaje entre estrellas y conciencias.
Así, en nuestra búsqueda de respuestas, podemos encontrar que somos, al fin y al cabo, parte de algo mucho más grande y, tal vez, eternamente transformador que se creó y vive en un CONTINUO SUEÑO que nunca empezó y que jamás termina.
Y en todo esto, quizás la paradoja de la vida y la muerte sea simplemente un GRAN SUEÑO PROFUNDO QUE PONE FIN A TODAS LA VANIDADES QUE HAYAMOS ATESORADO EN ESTE MUNDO. Un SUEÑO ETERNO del cual es mejor no despertar porque a lo peor encontraríamos que la EXISTENCIA REAL es más amarga que dulce.
(*) Articulista. Experto en hidrocarburos