Escatebra quinque potestatum

Antonio Brito Pérez (*)

Asistimos atónitos en la actualidad a un fenómeno de efervescencia de los denominados cinco poderes del Estado, unido a un escenario polarizado de pugna política preelectoral. Difícil cóctel de emociones y no exento de exabruptos y meteduras de pata antológicas.

A modo de introducción, sin caer en la pedantería, y con gran esfuerzo de síntesis, hay que decir que la separación de poderes fue materializado originariamente por el filósofo y político francés, el barón de Montesquieu quien en 1748 escribió El espíritu de las luyes, identificando hasta tres poderes del Estado:  el poder legislativo, que consiste en la capacidad de hacer leyes. El poder ejecutivo, que consiste en la capacidad de gobernar, es decir, poner las leyes en práctica; y el poder judicial, que consiste en la capacidad de juzgar si las leyes se cumplen o no y aplicar sanciones cuando sea necesario. Entrado ya el siglo XIX aparece uno nuevo, denominado “Cuarto poder”, que es la expresión que hace referencia a los medios de comunicación y la prensa en cuanto a sector dotado de gran poder o influencia en los asuntos sociales y políticos de un país. Se comenzó a emplear en gobiernos y sus representantes, colocándoselo junto a los poderes clásicos de Montesquieu: el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial.

El término cuarto poder alcanzó la popularidad cuando el escritor y filósofo escocés Thomas Carlyle, atribuyó dicha expresión al escritor, orador y político anglo-irlandés, famoso e influyente en su época, Edmund Burke, quien la pronunciaría en el debate de apertura de la Cámara de los Comunes del Reino Unido en  1787. Y finalmente, aparecería otro más, denominado “Quinto poder”, que sería la mutación de los tres primeros poderes clásicos del Estado, influenciados por dos fenómenos muy distintos entre sí: la intervención económica del Estado sobre el mercado, por un lado; y, por otro, los nuevos fenómenos sociales surgidos en torno a la red internet.

Estos cinco poderes no tienen por qué estar en perfecta armonía siempre, siendo frecuente que exista una pugna entre ellos. Y eso precisamente es lo que pasa actualmente, citando como ejemplo la situación generada ante las recientes modificaciones legislativas en materias sensibles, socialmente hablando. Ante una deficiente modificación legislativa, el poder judicial reacciona aplicando, interpretando y ejerciendo su arbitrio judicial (prudente o imprudentemente, son calificativos al gusto de cada uno); luego el cuarto poder lo amplifica  ejerciendo influencia en la sociedad; y finalmente el quinto poder lo perfila con la intención de terminar de generar opinión en la población, y acentuar la simpatía o rechazo a gobiernos y dirigentes.

Esto sería una explicación plausible a la penúltima metedura de pata gubernamental. Un miembro del ejecutivo con la intención de generar polémica, consigue como respuesta la unanimidad del poder judicial, y que el poder legislativo salga de rositas en la deficiente labor realizada. Y rizando el rizo, el cuarto y quinto poder también realizan su función generando opinión y estimulando la simpatía o rechazo hacia los actores implicados.  Separando lo individual de lo colectivo, en todos ellos existen “manzanas podridas”, o acaso hay alguien que no haya sufrido alguna vez en su vida una profunda decepción con los poderes establecidos, porque sus decisiones hayan influido en su vida, llegando incluso llegando a perderse la fe en la justicia, aunque lo importante es que esa pugna entre los cinco poderes terminará modulándose buscando el equilibrio.                

(*) Abogado y Doctor en Derecho