Epidemia de Caballo

Vizago (*)

La pandemia del Coronavirus no tiene precedente en la historia reciente. Ha cogido al mundo por sorpresa. En algunos países se van a llevar a cabo comisiones de investigación para evaluar la gestión de la crisis por parte del gobierno. Ello permitirá identificar aciertos y errores, y por consiguiente estar mejor preparados en caso de producirse una nueva pandemia en el futuro.  

Aún con varias décadas de retraso, sería conveniente llevar a cabo algo similar respecto a la epidemia de adicción a la heroína que afligió a la generación joven en la década de los 80.  

Quien más y quien menos, todos los que vivimos aquellos años conocemos a alguien cuya vida fue afectada por aquella epidemia. La heroína afectó no sólo a los usuarios sino también a familiares y amigos. La sociedad en su conjunto se vio afectada.  

En Canarias, a mediados de la década hubo un antes y un después en el incremento masivo del consumo de heroína. De forma súbita, en los puntos de venta habituales de hachís se comenzó a vender también heroína. En algunos puntos de venta, durante algún tiempo la heroína sustituyó al hachís.  

La escasez generalizada de hachís era algo que ocurría ocasionalmente y que invariablemente se atribuía al Ramadán. Para el adolescente típico de aquella época, aquella palabra escuchada en boca del camello como explicación ante la escasez invocaba una religión y una cultura misteriosa. La mayoría no teníamos los conocimientos que nos permitieran cuestionar la supuesta recurrencia de varios Ramadanes en el mismo año.  

Fue en un momento de escasez de hachís cuando a muchos se nos ofreció por primera vez algo llamado ‘jaco’ como alternativa a marcharse con las manos vacías. De tal manera no fueron pocos quienes se engancharon a la heroína sin saberlo. Después de todo, ¿no era la heroína aquella cosa temible que la gente se inyectaba y que habíamos visto en televisión? Una erudición semántica que desde luego no poseíamos nos hubiera hecho sospechar que el jaco tenía algo que ver con el caballo. El hecho de que el jaco era, al igual que el hachís, fumable le confería una falsa similitud. Inicialmente se pensaba que eran drogas equiparables. A falta de una, bien venía la otra.  

Poco duró esta etapa de ignorancia e inocencia. La presencia del jaco se hizo notar. En los barrios surgió la figura del ‘jacoso’, apelativo que denotaba un crudo realismo y lástima ante quienes habían sucumbido al hábito. La necesidad imperiosa de obtener la droga era la fuerza motriz en torno a la cual giraban sus vidas. 

La degradación física y mental de quienes habían caído en el jaco era evidente. A pesar de ello, el número de jóvenes enganchados siguió creciendo durante años. Entre las imágenes anónimas y cotidianas, la de una atractiva joven que lloraba mientras desesperadamente pedía dinero a los transeúntes en el centro de la ciudad. La urgente necesidad de conseguir el dinero y la falta de este parecían transmitirle una angustiosa idea de lo que en última instancia se vería abocada a hacer para conseguirlo. 

 En Canarias tuvimos la pequeña merced de que el método más común del consumo de heroína era fumarla. Esto era comparativamente preferible a la administración intravenosa más común en la península. Fumarla obviaba la posibilidad de tener que lidiar al mismo tiempo con la posibilidad de contagio y propagación del Sida No obstante, el jaco diezmó a una generación de jóvenes canarios cuyas vidas, ilusiones y proyectos se vieron truncadas. Algunos de los jóvenes más sagaces y de las personalidades más singulares de una generación cayeron víctimas de la devastadora epidemia.   

Quienes fuimos coetáneos con lo que entonces parecía una plaga inacabable podemos maravillarnos de que las generaciones siguientes hayan en gran medida dado la espalda a la heroína. Sociológicamente, esto se atribuye en parte a que después de años de epidemia cuando los efectos visibles del jaco eran bien conocidos, los más jóvenes aspiraron a no convertirse en las versiones degradadas a las que jóvenes de mayor edad habían sido reducidos.  

 La epidemia de heroína en el estado español se produjo en un momento histórico singular. Afectó a los jóvenes que habían nacido durante el baby boom de los años 60 y principios de los 70. Era una generación inquieta nacida en el franquismo que había crecido durante la transición.  

Ya desde los años 80 se oían voces que decían que detrás de la epidemia de heroína había poderosos intereses y que estos no eran meramente económicos. Desde entonces ha habido rumores de que la irrupción de la heroína en el tejido social respondía al objetivo de desmovilizar una generación cuyo descontento podría haber sido canalizado en la lucha social y política.  

Antes de la epidemia la juventud protestaba contra los abusos de la policía (los famosos maderos). Tras desatarse la epidemia jóvenes y mayores pedían más policías en las calles debido a la inseguridad ciudadana. 

 Como ciudadano de a pie no estoy en posición de pronunciarme respecto a la noción de que por activa o por pasiva, el brazo del estado estuvo implicado en la epidemia de heroína. No podría aseverar si es mera teoría conspiratoria o si existe un trasfondo de verdad. Lo que sí puedo decir es que si ello fuera cierto, no me extrañaría. Después de todo, de un gobierno que, como eventualmente quedó demostrado en los tribunales, contrató pistoleros, asesinó, secuestró, puso bombas y torturó no sería del todo descabellado pensar que en mayor o menor medida hubiese estado también implicado en esta lacra.  

 Muchas preguntas siguen sin tener respuesta. ¿qué grandes fortunas se fraguaron a través del tráfico de heroína, a dónde ha ido a parar tanto dinero, podía haberse combatido esta plaga de diferente manera? Estas no son simples divagaciones de un hombre de mediana edad. Las respuestas nos ayudarían a estar mejor preparados ante futuras emergencias socio sanitarias así como a conocer mejor nuestra historia reciente. Al igual que hoy las víctimas del Covid 19, las olvidadas víctimas de la epidemia de heroína de los años 80 merecen un esclarecimiento de las causas, circunstancias y las respuestas institucionales.  

(*) Articulista