EEUU y la UE deben dejar de apoyar al presidente dictador de Gambia por su violencia asesina contra el pueblo

Los ataques a homosexuales, brujos y ahora a la oposición han llenado de sangre el país

M.D. / Adeje

Gambia es una pequeña nación africana, que pasa completamente desapercibida para los europeos y el resto del mundo y que casi nunca sale en las noticias. El país tiene menos de 50 kilómetros de ancho, en el punto más ancho, con un área total de 11.300 km² y una población que no supera 1,9 millón de ciudadanos. Aproximadamente 1.300 km² de la superficie de Gambia están cubiertos de agua, siendo uno de los países del África continental de menor tamaño territorial.

Su actual surrealista presidente accedió al poder en 1994 mediante un golpe militar, a los 29 años de edad, y se ha mantenido en él hasta hoy, entre intentos militares para deponerlo y reelecciones aparentemente democráticas. Un país que no posee yacimientos minerales ni tampoco otros recursos naturales importantes y en el que su población vive del cultivo de productos agrícolas y de la ganadería, a lo que se dedica casi el 80 por ciento de la población. Cacahuetes, pescado y hasta hace años un incipiente turismo. Con un 60 por ciento de analfabetismo, una tasa de nacimientos por mujer de más de cinco niños y una esperanza de vida que no alcanza los 55 años, Gambia es todo menos un lugar agradable para nacer y vivir y posiblemente un lugar adecuado para morir miserablemente.

Su presidente dictador se llama a sí mismo ‘Rey que detiene los ríos’. Un gobierno dictatorial del que nunca se habla pero que se caracteriza por algunos detalles ciertamente significativos.

Después de su ascenso al poder en 1994, Jammeh ha triunfado en cinco elecciones presidenciales, la última en 2015, cuando consiguió un apoyo teórico del 70 por ciento de la población, cifra rechazada por la Comunidad económica del África del Oeste (Ecowas). Pese a ello, Gambia es pura y simplemente una dictadura.

La libertad de prensa está absolutamente restringida, lo que convierte al país, junto por otras infracciones de los derechos humanos, en un sistema despótico. Igualmente, desde el 2008, el gobierno ha legislado contra los homosexuales, en palabras de su Presidente, con leyes “más estrictas que las de Irán” y amenazando con “cortar la cabeza a gais y lesbianas”.

En octubre de 2014 se ha firmado una ley para condenar incluso a cadena perpetua a los homosexuales gambianos. Este parece un tema obsesivo en algunos países africanos, como el caso de Uganda. En la nueva legislación de Gambia, se introduce el delito de “homosexualidad agravada”, que en algunos supuestos implica la pena de prisión de por vida.

Calificados los gais y lesbianas como “alimañas” por el presidente Jammed, éste también aseguró que los combatiría de idéntica manera que el país combate el mosquito de la malaria. En cuanto a la comunidad LGTB (el colectivo de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales) la define como una organización de “lepra, gonorrea, tuberculosis y bacterias” que ponen en peligro “la existencia de los seres humanos”. Nada sorprendente, pues ya en abril del 2013 el Presidente aconsejó a los homosexuales extranjeros no visitar el país “si no quieren arrepentirse de haber nacido”, calificó la homosexualidad como diabólica y contraria a Dios, la Humanidad y la civilización y ante el cuerpo diplomático y políticos extranjeros afirmó: “la homosexualidad está en contra de la Humanidad. Nunca he visto un pollo o un pavo homosexuales (….) Si se les atrapa, se van a arrepentir de haber nacido. Tengo búfalos de Sudáfrica y Brasil y nunca han tenido una cita entre ellos. Antes comeré hierba que transigir con esto. Permitir la homosexualidad significa permitir los derechos satánicos”. Declaraciones que ha repetido ante la Asamblea General de la ONU sin mayor empacho, quizá porque Jammed ha ido derivando hacia un islamismo radical, que le da cobertura a sus desmanes.

Asimismo, la misma ley prevé sanciones desde multa de 20.000 GMD (unos 390 euros) hasta 10 años de prisión por producción, publicidad, importación, exportación o venta de cualquier forma de pornografía. Y como informa el ministerio español de Asuntos Exteriores, el consumo de drogas está fuertemente penado, llegando a contemplar para los casos más graves la pena de muerte, siendo comunes los casos en los que los propios vendedores de droga denuncian a sus clientes a la policía.

También en el año 2009 hubo una masiva detención de cientos de personas acusadas de practicar la brujería, quizá porque el presidente los consideró “competidores” en el negocio. Amnistía Internacional anunció en marzo de 2009 que hasta un millar de personas habían sido secuestradas en sus pueblos y trasladadas a centros secretos y obligados a beber alucinógenos. Lo más surrealista es que estas detenciones se producían por orden de ‘hechiceros’, acompañados de policías, soldados y para-militares. Los ‘hechiceros’ acusaron a los detenidos, muchos de ellos ancianos, de cometer ‘brujería’.

Ello tampoco es sorprendente. En África la magia y la brujería se resiste a desaparecer y aún más cuando interactúa con la política. Es una actividad en alza, la de los hechiceros, pues la mayoría de la población cree ciegamente en conjuros. A partir de ahí, los hechiceros son usados políticamente, como excelente arma de control y sumisión de la ciudadanía. El propio presidente se califica de curandero –incluso en su currículo publicado en la web de la Presidencia-. y está rodeado de ministros de iguales creencias.

Jammeh ha afirmado que con brebajes de hechiceros él es capaz de curar el sida o el asma. En el país nadie discute estas teorías: sí lo hizo en el 2007 la coordinadora local de las Naciones Unidas, la señora Fadzai Gwarazimba, que 48 horas después había sido ya expulsada del país –para su fortuna, pues era ciudadana de Zimbabwe-.

Mientras, el programa de tratamiento del presidente sigue adelante, como anuncia sin reparos en la página web de la Jefatura del Estado gambiano. Este programa sería hilarante y grotesco sino produjera repugnancia por lo que implica de riesgo para la salud de los gambianos, pues iniciado en el 2007, asegura haber tratado con éxito a cientos de personas con sida y haber logrado que casi 3000 mujeres estériles pudieran tener hijos, los cuales muchos son bautizados con el nombre del Presidente. En enero del 2014, el dictador anunció curas con cócteles de hierbas para vencer al cáncer de hígado, páncreas y de mama. Literalmente su web afirma: “the President His Excellency Sheikh Prof. Alh Dr Yahya Jammeh celebrates the 7th anniversary of his herbal treatment programme unveiling yet again cures for liver cancer, pancreatic cancer and breast cancer”.

Mientras, sin embargo, la ablación es práctica común y los datos del 2009 acreditaban que el 80 por ciento de las mujeres gambianas habían sufrido algún tipo de mutilación genital. Una práctica que incluso los gambianos intentan llevar a cabo en nuestro país, ante lo cual, los tribunales de justicia españoles han rechazado con toda contundencia, al condenar recientemente a unos padres a 12 años de prisión, dado que “el respeto a las tradiciones y a las culturas tiene como límite infranqueable el respeto a los derechos humanos que actúan como mínimo común denominador en todas las culturas, tradiciones y religiones” y que hay un límite, cual es que no “se produzcan comportamientos aberrantes e inaceptables para nuestro entorno cultural”. Pero es evidente que los cambios culturales de los ciudadanos de Gambia difícilmente pueden encauzarse de una manera diferente con un presidente que se declara el mayor hechicero del país.

Con este historial, sin embargo, parecería que al menos Europa debería rechazar el régimen gambiano. No es así: la Unión se planteó duplicar su ayuda económica para los próximos siete años, elevándolas hasta 150 millones de euros. ¿A quien interesa esta ayuda? Fundamentalmente a Italia y a España. Aunque pueda parecer sorprendente, España defiende el apoyo europeo al régimen de Gambia por razones estrictamente migratorias, debido a que el país es origen de mucha emigración ilegal hacia nuestro país. El país, sin embargo, flota en una economía depauperada y casi el 13 por ciento de sus ingresos tienen origen en la ayuda exterior al desarrollo. Y todo ello mientras el gobierno del Presidente acusa a la Unión Europea de chantajista por que se presiona al país para que retire las leyes anti-homosexualidad. Y aun pese a todos estos apoyos, el gobierno de Gambia anunció en octubre de 2013 que abandonaba la Commonwealth acusando al Reino Unido y a EEUU de participar en una “campaña descarada de mentiras” sobre los derechos humanos en el país.

El dictador, sin embargo, tiene los pies de barro y es cuestión de tiempo que pierda el poder, aunque la espera se hace ya demasiado larga. Ya en 2009, en la última intentona, incluso la rebelión la llevo a cabo el entonces Jefe del Estado Mayor, el teniente general Lang Tombong Tamba, que tras ser condenado a pena de muerte junto a otros seis militares, se les conmutó por la cadena perpetua a finales del 2012. Ya con anterioridad en el 2006 sufrió otro intento, que fracasó, mientras el Presidente visitaba la vecina Mauritania.

His Excellency Sheikh Professor Alhaji Dr. Yahya Abdul-Aziz Jamus Junkung Jammeh Nasirul Deen Babili Mans, como reza la web oficial de la Presidencia de Gambia: Un personaje más en la cruel vida cotidiana de muchos países africanos sobre los cuales en Europa y EEUU.

Deseamos ignorarlo todo. Estamos ante un dictador violento, delirante y errático, que persigue a los homosexuales, a los defensores de los derechos humanos y a los periodistas, que se autoconfiesa curandero, con capacidad para vencer el sida y el asma.

Su gran ventaja es, por tanto, que Gambia no posee recursos naturales de interés, más allá de la pesca, algo de turismo y la filatelia, aunque incluso en este ámbito han superado el nivel del mayor surrealismo postal: La media de emisiones de un país “normal” se calcula en unas 50 al año, mientras que Gambia, con 1,8 millones de habitantes emite unas 1.000 colecciones anuales de sellos con el único afán de financiarse.

En todo caso, cuando vean a un ciudadano de Gambia, piensen en el tortuoso país del que proceden y así quizá comprenderemos mejor que sean casi 23.000 los gambianos que residen en España, prácticamente todos en Cataluña, con 17.000 ciudadanos de ese país, la mitad de ellos en Girona.