Pestilencia

 Vizago (*)

En toda época hay algo socialmente nocivo que se promociona y publicita. Cuando era joven existía la publicidad del tabaco dirigida específicamente a los jóvenes. Para las compañías de tabaco, una vida de adicción desde una edad temprana suponía ingresos constantes. Décadas antes, las tabacaleras habían suprimido y ocultado la evidencia de que el tabaco perjudica la salud. El negocio era demasiado lucrativo como para tener en cuenta que estaba matando a cientos de miles de personas. A la postre, los tribunales condenaron a las tabacaleras a pagar cientos de billones de dólares por haber deliberadamente ocultado el daño que causa su forma de ganar dinero. Hoy en día nadie querría volver atrás, a una sociedad en la que se fomentaba la pérdida de la salud de muchos para beneficio económico de unos pocos.

Actualmente, se ha instaurado en España la industria de las apuestas. El volumen de negocio y los beneficios económicos aumentan año tras año. En 2024 se batió un nuevo récord y todo apunta a que será superado este año.

A menudo, quienes más dinero pierden por medio de este negocio son las personas que menos tienen. En pocos años, hemos asistido a la proliferación de “salones de juego” en ciudades y barrios como si de una plaga se tratara. Demográficamente, son los hombres quienes más recurren a esta vacua fábrica de sueños. Hombres que entregan su dinero a otros hombres, dueños de la industria del “juego” cuya ambición de seguir acumulando dinero es insaciable.

Una de las modalidades de esta transferencia de recursos son las apuestas deportivas. El contraste no puede ser mayor entre las imágenes de exitosos deportistas en pantallas y carteles publicitando las apuestas y el ambiente lúgubre entre los que intentan en vano encontrar su sueño por medio de un juego trucado en su contra.

No contentos con atrapar a los hombres en los salones de juego, también se les chupa la sangre sin que tengan que desplazarse. Antaño, a partir de la media noche los canales de televisión estaban saturados de pornografía cutre, ahora están plagados de programas de apuestas. A sabiendas de que la audiencia es mayoritariamente masculina, las presentadoras son jóvenes atractivas de palabra fácil. Hablan, hablan y hablan. “Hoy os traigo un nuevo juego, muy excitante…jugamos, giramos, disfrutamos” dice la zorrita a sueldo fijo. Quienes tienen la satisfacción garantizada son los que se lucran a costa de la miseria ajena. Cuantas vidas destrozadas, personas llevadas al suicidio cuando el agujero que cavaron intentando salir a la superficie los engulló. Las compañías de apuestas intentan lavarse la cara. “Juega responsablemente” dicen, con los datos del daño que causan, en la mano.

Intentan captar a sus futuras víctimas desde una edad temprana, introduciendo la parafernalia de las apuestas dentro de los juegos electrónicos de los menores. Por medio del eficaz mecanismo de condicionamiento operante se encauza a los menores a una primera aproximación al mundo de las apuestas. Se los recompensa al operar la maquinaria de las apuestas dentro de juegos para niños. Así se menoscaba su futuro bienestar como adultos. Predisponer a la adicción desde la infancia es la forma más eficiente de asegurar los futuros beneficios del negocio de las apuestas.

Esto es el equivalente de aquellos cigarrillos de confitería para niños. Eran barritas cilíndricas de chocolate envueltas en papel de fumar dentro de cajetillas como las de cigarrillos. Eventualmente, en 2005 se prohibieron en España.

Como sociedad seguimos tolerando la servidumbre inducida. Permitimos la publicidad de las apuestas en los medios de comunicación y en los eventos deportivos. Posiblemente se continuará fomentando el sufrimiento y la infelicidad hasta que los magnates de la industria de las apuestas decidan diversificar su capital en otras actividades similarmente lucrativas. Una vez dejen de utilizar su dinero e influencia para mantener un marco regulatorio favorable, el clamor por un cambio legislativo dejará de ser ignorado. Los testimonios de las víctimas de este entramado ya no serán considerados meramente anecdóticos. Serán la evidencia del daño, unas veces acuciante y otras veces insidioso, de una industria cuyo cometido es la transferencia de recursos a cambio de la promesa de un sueño efímero.

¿Qué se podría hacer al respecto? ¿Habría que prohibir las apuestas? La historia demuestra que el prohibicionismo pocas veces es la solución. Aunque la intención sea buena, el resultado no suele serlo. Bastaría con hacer lo mismo que en décadas recientes se ha hecho con el tabaco. Sigue siendo legal pero su consumo se ha desincentivado. En primer lugar, los beneficios de la industria de las apuestas deberían de estar sujetas a un gravamen impositivo acorde con su carácter nocivo. En consecuencia, este negocio no sería tan rentable. En segundo lugar, toda publicidad y promoción por cualquier medio debería de prohibirse.

Al igual que otros males sociales manufacturados, este también dejará de hacer estragos cuando la concienciación y la presión social se transformen en voluntad política. Mientras tanto, la cuestión es cuánto daño estamos dispuestos a tolerar para que unos pocos sigan llenando sus bolsillos.

(*) Articulista