Busco un hombre en La Gomera

Alonso Trujillo Mora (*)

En el mundo griego los filósofos, ‘los amantes de la sabiduría’, lejos de vivir al margen de la realidad cotidiana, actuaban como maestros en los asuntos más importantes de la vida. A los largo del tiempo se desarrollaron numerosas escuelas filosóficas que se distinguían entre sí no solo por cuestiones teóricas y científicas, sino también por su actitud ante la vida.

Unas eran partidarias de intervenir en la política y otras en mantenerse al margen; una creían en un dios que determinaba los asuntos humanos, y otras eran deístas o ateas; las había que buscaban la felicidad y los placeres y en la riqueza, frente a otras que propugnaban la contemplación, la austeridad o la abstinencia.

Los cínicos pertenecían a una de esas escuelas fundadas en Grecia durante el siglo IV a. C. por un discípulo de Sócrates: Antístenes. Se les llamó cínicos porque vivían como perros vagabundos (‘kynos’, en la acepción etimológica griega). Sostenían que la ciencia era tan inútil como imposible y que los placeres, las riquezas y los honores no son auténticos bienes. Solo en la virtud está la verdad. Practicaban una vida austera, eremita, de desprecio por las cosas materiales. Fustigaban a la sociedad de su tiempo con sus comentarios cáusticos y mordaces. Su objetivo principal era desprenderse de toda necesidad mundana, por lo que se produjeron pensadores mendicantes: Filósofos mendigos.

Son sabrosas y elocuentes las anécdotas que Diógenes Laercio biógrafo de los filósofos helenos, cuenta sobre los cínicos. El referente personal por antonomasia es Diógenes de Sínope: el más provocador, insolente e insobornable de los sabios que alumbro la Hélade. Aquí seleccionamos dos anécdotas que identifican al personaje.

Se conocía que Diógenes el cínico vivía como un mendigo, protegiéndose de las inclemencias del tiempo resguardándose en el interior de una tinaja de barro. Un día de invierno en la que Diógenes se encontraba tumbado, tomando el sol en la boca de su vasija lo visitó el conquistador macedonio Alejandro Magno. Después de saludarse, Alejando le propuso que si necesitaba algo se lo pidiese. Diógenes le contestó: “Apártate Alejandro, que me haces sombra”. Entre las risas burlonas de sus compañeros, Alejandro se marchó pensativo y comentó para sí mismo “si no fuera Alejandro, yo querría ser Diógenes”.

Otra vez el polémico filósofo andaba por Atenas rodeado de sus perros recogidos, con los que sus enemigos le comparaban. Caminaba por la noche alumbrándose con un candil, diciéndole a los transeúntes: “Busco un hombre”. A la respuesta jocosa de los atenienses de que hombres había muchos, el cínico replicaba: “Busco un hombre de verdad, uno que viva por sí mismo, no a un indiferenciado miembro del rebaño”.

Conclusión didáctica. Busco un hombre en La Gomera que no esté castrado. Que profese o entienda la política como el arte de lo posible, la ciencia del buen gobierno o lo superlativo social. Que tenga la audacia y el valor suficiente para denunciar en público las corrupciones que cometen aquellas autoridades forajidas y mafiosas que de forma impropia se llaman a sí mismas socialistas. ¿Lo hay? En caso afirmativo, que salga del ostracismo, abandone el anonimato y sea coherente. Es el momento de conocer la verdad, de vindicar la dignidad de la política. La veda ya se ha levantado.

Como primera providencia exijo la dimisión inmediata del presidente del Cabildo. Los motivos: estar encausado e imputado por varios delitos contra la administración pública. Haber sido condenado e inhabilitado en 1986 como alcalde de San Sebastián de la Gomera por la comisión de dos delitos de detención ilegal (reincidente). La sentencia se ocultó en su día a la opinión pública tanto por el PSOE como por el propio delincuente Casimiro Curbelo.

La sociedad gomera, en términos políticos, es una sociedad enferma. Los políticos le han inoculado hasta los tuétanos el virus de la corrupción pública. Esta sociedad no se escandaliza de la corrupción de sus políticos porque no considera aberrante tales conductas. Para el corrupto la corrupción de los políticos no merece reproche alguno. El elector gomero parece estar identificado con el corrupto, pues percibe que este obra como obraría el mismo si se encontrara en la misma situación.

Merecidamente o no, casi nadie se sorprende de lo que hacen los políticos socialistas, porque consideran que la política está para eso y que tal es lo que justifica meterse en política: ahora les toca a ellos, piensa para sí el ciudadano gomero, que se aprovechen porque es su momento; mañana me puede tocar a mí. Lo cierto es que este ha sido y es el panorama del gallinero gomero: un solo gallo rodeado de muchos pollos y de gallinas cluecas.

(*) Articulista y abogado