Las drogas y la destrucción de los Estados Unidos de América

Bladimir Díaz Borges (*)

En esta ocasión, queremos tocar el tema de las drogas. Un asunto álgido por todas sus implicaciones. Desde la época en que se aliaron los narcotraficantes y la guerrilla en Colombia, la Cuba castrista elevó su perfil. Cabe destacar que ese proceso contempló, como objetivo primario, combatir contra  Estados Unidos de América y el sistema capitalista en su totalidad. Esa guerra pasa por pasajes como la destrucción de la feminidad y, en consecuencia, de la familia tal como la conocemos. La generación de leyes para socavar el andamiaje cultural, basado desde siempre en la mujer, hoy sucumbe ante la mirada complaciente de muchos. Con los narcóticos afectamos el centro neurológico del ser humano, su estabilidad emocional y psíquica.  De modo que, aunque la guerra ofrece muchas otras implicaciones, esas son suficientes para saber que, por decir lo menos, los malos van ganado.

Debemos recordar que la epidemia de narcóticos en EEUU alcanza al 80% de la población. No obstante, hoy se ve solapada con una de opioides, generada por grandes corporaciones farmacéuticas. Tan enorme es el negocio que la tentación hizo sus estragos.

Las regulaciones han sido burladas, empujando a gente sana o no consumidora a ser dependiente. En consecuencia, pierde sentido establecer o mantener normas para castigar su uso en los vehículos o en las casas, porque el sistema carcelario se vuelve insostenible espacial, financiera y administrativamente. La situación se agrava cuando se estima el incremento de las enfermedades neurálgicas y del daño cerebral. Sin mencionar el  rezago en las fuerzas del orden. Entonces, la pregunta clave sería cómo enfrentar tanta complejidad con escasos y efímeros recursos.

En primer lugar, todo pasa por la libre comercialización, con las reglas claras de dónde, cómo y cuándo se produce y comercializa. Esa es la forma más sencilla y económica para controlar su producción y comercialización,  así como la calidad y cantidad de lo que el común de la gente consume. El ahorro generado en la persecución de los poderosos carteles, la cual termina enviando a la cárcel a personas “inocentes” por llevar de gramos a unos pocos kilos de sustancias psicotrópicas y estupefacientes, ya sería un gran logro.

En segundo término, debemos recordar que el costo anual por reo anda alrededor de unos cien mil dólares anuales, sin contar con el esfuerzo económico en entrenamiento policial, órganos judiciales y repercusión en el entorno familiar. Es difícil aceptar que el ser humano busque formas sencillas de ganarse la vida, por muy duras que al final resulten: licor, narcóticos-estupefacientes y sexo.

Por último, si a lo anterior le agregamos la combinación mortal del marxismo cultural y sus guerras armadas, tendremos una bomba por estallar en cada esquina. Mientras en La Habana y otras capitales del mundo socialista se concibió la destrucción del capitalismo en EE.UU., a causa de los narcóticos y el sacrificio del común americano por medio de las matanzas con armas de fuego; en Europa se ha probado con bombas, vehículos y armas de fuego y, en el Oriente Medio, los izquierdistas engendran fanáticos dispuestos a estallarse a sí mismos. Todo con el propósito definitivo de destruir la única fuente de libertad que queda en el siglo XXI: los Estados Unidos de América.

(*) Articulista