La vida de los otros: Venezuela

Ángel Rafael Lombardi Boscán (*)

“Los apagones quiebran las certezas de la gente. Es el Estado metiéndose por completo en nuestras vidas y diciéndonos que no hay burbuja sostenible, que puede vulnerarnos a placer y acabar incluso con lo más vital porque sí, porque así fue decidido por el poder”. Esto lo escribió Luis Carlos Díaz, periodista y ciberactivista hispanovenezolano que el régimen le tiene prohibida la salida del país sembrándole una acusación que ni el gran Kafka en el ‘El Proceso’ se atrevió a imaginar.  

No hay mayor agresión que violar tú vida privada. En los países de la Cortina de Hierro era así durante el período 1946-1991. La gente era espiada en sus casas hasta la misma intimidad. Todos los teléfonos estaban pinchados y lo que dijeras como crítica le llegaba a las policías secretas encargadas de la represión. Los intelectuales y artistas fueron quienes más sufrieron con esto ya que la libertad de expresión, tan esencial para éste gremio, quedó vulnerada.

En una extraordinaria película del año 2006, y de nacionalidad alemana del director Florian Henckel von Donnersmarck, de nombre: ‘La vida de los otros’, se nos ofrece el drama de una vida social infeliz bajo el control absoluto del estado, el gobierno y el poder. Los ciudadanos no son ciudadanos sino enemigos a los que hay que vigilar y abatir. El sistema comunista, dentro de todas sus inseguridades desarrolló un complejo de inferioridad respecto a Occidente y le hizo viralmente agresivo contra su propio pueblo. La excusa del enfrentamiento mundial en el contexto de la Guerra Fría lo extrapoló hacia su mundo domestico bajo la ruindad de una agresión permanente hacia sus propios pueblos.

Jorge Luis Borges abogó por el fin de los gobiernos para quitarnos esa lapida. En América Latina, continente del olvido, hemos sido víctima de muchos mequetrefes que asaltan el poder utilizando las señas de una modernidad en la cual nunca creyeron. Hoy, más que nunca, tenemos a estos mequetrefes haciendo desastres en la aspiración de los ciudadanos de vivir con normalidad. Y luego está el complejo pretoriano como herencia de la independencia asumiendo a lo bravo la tutela de las constituciones de plastilina que nos gastamos.

La Cortina de Hierro afortunadamente cayó en la Europa del Este, no así en el Caribe con la impresentable Cuba y su proyecto carcelario al aire libre con ínfulas de ser fábrica de hombres nuevos. Propaganda exitosa que hasta el día de hoy sigue calando dentro de una intelectualidad extranjera caviar. Lo cierto del caso es que la “revolución” cubana se exportó a Venezuela y ésta consiste en reducir a los ciudadanos en piltrafas humanas. Para ello aplican sofisticadas técnicas de control social buscando quebrar y colonizar el alma de la gente.

La distopía de George Orwell en “1984” se está reproduciendo en Venezuela de un modo anárquico aunque igual de efectivo en los propósitos que se persiguen: desquiciar a  la población para que una minoría se perpetúe en el poder sin atender ninguna convención o regla que les limite. El desarreglo de los servicios públicos cumple esa función de sacar de quicio a la población para que se viva una vida sin pensamientos ni esperanza. Sólo el alarido de una herida abierta que vulnera toda nuestra sensibilidad: la ley del puñal.

(*) Director del centro de estudios históricos de Luz