Ana María Campos: entre el mito y la realidad

Ángel Rafael Lombardi Boscán (*)

La historia es una forma de literatura. No obstante hay narrativas excelsas, como: Lanzas Coloradas (1931) de Arturo Uslar Pietri; Memorias de Adriano (1951) de Marguerite Yourcenar o La Muerte del Estratega (1985) de Álvaro Mutis, que sin proceder con el rigor del relato historiográfico que se exige, han demostrado ser más auténticas y creíbles en eso de hacer hablar al pasado. No es el caso de los relatos de una Historia Monumental (Friedrich Nietzsche) cercana a la leyenda o el mito alrededor de los héroes y sus hazañas. De hecho en Venezuela el mito precede a la historia y termina por confundirse con ella. El Mito de El Dorado es un buen ejemplo de esto que decimos.

Todo el culto bolivariano ha convertido el periodo de la Independencia (1810-1830) en un monopolio temático e historiográfico que nos hace olvidar que nuestra andadura en el tiempo como país es un proceso mucho más amplio, complejo y diverso. Este tipo de historia tradicional es básicamente ideología y propaganda en manos del Estado y sus programas educativos llevados a la Escuela. Es por ello que la enseñanza de la historia en nuestro medio es básicamente un estudio de fantasmas desde una invención sin creatividad ni pertinencia donde la memorización de fechas y hechos sin conexión con el presente espanta a los escolares. Agreguemos la manía maniquea de reducir todo a una disputa bélica entre buenos y malos como sí la violencia fuera un valor positivo y estaremos en presencia de una anti Paideía griega.

Que un historiador con la trayectoria del Dr. Juan Carlos Morales Manzur haya decidido desmitificar para avanzar en términos de una historia con responsabilidad y criterios profesionales sólidos, lo ubica entre quienes asumimos que toda perspectiva histórica es endeble pero que merece ser elaborada desde la pluralidad de las distintas teorías y enfoques metodológicos. Además, hay en éste estudio, un acto de valentía ante la postura de un gremio auto-complaciente y renuente en hacer de la crítica histórica el fundamento central de su trabajo.

Juan Carlos Morales Manzur como experto genealogista va tras los rastros del parentesco hurgando en la realidad de los apellidos como confirmación de la existencia histórica de Ana María Campos, la real y no la inventada. El trabajo del historiador es muy parecido al del detective que anda tras las pistas de los posibles autores del crimen misterioso. Por lo menos estos Dupin y Sherlock Holmes tratan con los vivos. En el caso de Juan Carlos su investigación es más ardua porque sus interrogatorios es con gente en el más allá. Y lo increíble es que fue capaz de conseguir una respuesta a éste acertijo aportando una evidencia forense a nivel documental: una prueba tangible. La verdadera Ana María Campos pudo haber existido pero no tiene nada que ver con la que se inventaron algunos avispados zulianos solícitos de publicidad o por acendrado patriotismo. Muchas veces hay cronistas que buscan la fama emparentándose con los héroes reales o imaginarios. Y creo que es el caso de Lossada Piñeres quién fue el primero en iniciar ésta cadena repicada con entusiasmo hasta el mismo presente.

La historia oral tiene sus propias dinámicas y artes. No le quitamos valor. Y creemos que toda la historia mitológica alrededor de la “heroína” Ana María Campos bebe en sus muy profundas raíces. El mito creado en torno a Ana María Campos asumo que obedece a la orfandad de la Provincia de Maracaibo por no tener un santoral repleto de héroes ilustres como partidarios de la Independencia consumada luego de Carabobo en 1821. Los zulianos perdieron en ese conflicto, el de la Independencia, porque sus autoridades desde el mismo año 1810 se asumieron en cabeza de la contrarrevolución en Venezuela en alianza con los de Coro y Guayana. De hecho, Francisco Miyares, Gobernador de Maracaibo, fue designado como Capitán General de Venezuela luego de la destitución de Vicente de Emparan el 19 de abril de 1810.

La nueva identidad fue elaborada por los caraqueños y sus aliados luego de la victoria político/militar en contra de los realistas asumiendo el Mito Bolívar a partir del año 1842. Maracaibo y sus nuevas autoridades vivieron del complejo del colaboracionismo sin gloria. Es por ello que estimulan a cuanto cronista o escritor para que sus relatos, casi todos imaginarios, se conecten a la memoria ilustre de los vencedores. Francisco Javier Pirela, Ana María Campos, Rafael Urdaneta y el Almirante Padilla empiezan a cumplir esa misión desde la exageración y la deformación de los hechos históricos del proceso de la Independencia. ¿Qué hubo movimientos separatistas a favor de la Independencia en la región zuliana? Seguramente, pero me atrevo a señalar que fueron colaterales o apenas significativos. El Zulia apenas tuvo “gesta libertaria de la patria”.

A la “heroína” Ana María Campos le sucede algo parecido que al “conspirador” Francisco Javier Pirela en la muy poco conocida y sospechosa “Conspiración de Maracaibo” del año 1799, que de acuerdo a la historiografía al uso, representa el principal aporte revolucionario que hizo la ciudad de Maracaibo durante el periodo de la Pre-Independencia (1749-1808). Ni Ana María Campos ni Francisco Javier Pirela son esos héroes inmaculados que se sacrificaron por la lucha hacia la libertad como nos han hecho creer. Sobre ellos, sobre su biografía escrita por manos cautivas de un nacionalismo enfebrecido y ávido de respetabilidad, prevalece la deformación de los hechos. Los “tiranos realistas”, incluso ya derrotados, sirvieron de estímulo para inventar a una Ana María Campos ubicada en los Puertos de Altagracia (en realidad nació en Maracaibo de acuerdo a las arduas pesquisas acometidas por el Dr. Juan Carlos Morales Manzur) y asumiendo una conducta heroica en contra una idea del despotismo exclusivamente hispánico como sí la actuación de los caudillos y libertadores en nuestro siglo XIX republicano hubiese sido diferente.

Ana María Campos, siguiendo la tradición de Venezuela Heroica (1881) de Eduardo Blanco, es más mito que realidad. Y ha servido para rellenar parcelas oscuras de sombras sobre un pasado reinventado que cortó de tajo toda reminiscencia hispánica como valiosa, y que constituye, la medula de la identidad cultural e histórica del venezolano actual. 

¿Cómo es entonces posible que tantos cronistas, expertos, estudiosos y hasta historiadores de carrera repitan al unísono el mismo relato sobre Ana María Campos sin poner en duda su veracidad? Creo que la respuesta está en el respeto excesivo, diría que fanático, a una “memoria venerada”. El símbolo es más poderoso que la realidad. Y las emociones están por encima de las razones. Hay que recordar que la Historia de Venezuela es básicamente un mito militante en torno al fuego sagrado de la patria y sus héroes. Y Ana María Campos forma parte de esa liturgia en donde el Estado se asume en la Iglesia protectora de sus santos y santas. Sólo que su elaboración es regionalista, y diríamos que también, hasta folclórica.  

Lo prudente ante éste caso es lo que ha realizado el Dr. Juan Carlos Morales Manzur al intentar poner las cosas en su sitio y seguir la recomendación que con muy buen sentido común le hizo un autor que ha tratado los temas de la historia zuliana (Gustavo Ocando Yamarte) y que él mismo se encarga de citar: “hacer una investigación seriamente crítica sobre éste personaje”. Además, esto tiene mucho mérito porque casi nadie se atreve a ir en contra de la corriente o de la autoridad de la mayoría. Es más fácil seguirle el juego a cosmogonías colectivas que hacen de la mentira un instrumento de docilidad social.

Este trabajo de Juan Carlos Morales Manzur es una espléndida oportunidad para estimular los imprescindibles debates en torno a una historia zuliana que merece reescribirse desde posturas más equilibradas en éste revoltoso tiempo que nos ha tocado en éste siglo XXI. Además, me complace la calidad grande de éste nuevo trabajo de investigación de un amigo cuya caballerosidad y generosidad es su carta de presentación.

(*) Director del centro de estudios históricos de Luz