Violencia filioparental, una realidad oculta

Carmen Alemany Panadero (*)

Cada año se abren en España más de 4000 expedientes por violencia perpetrada por jóvenes hacia sus progenitores. La última Memoria de la Fïscalía General del Estado, que contiene datos relativos a 2017, señala que el número de expedientes abiertos por violencia filioparental continúa aumentando (4.665 expedientes iniciados en el 2017 frente a los 4.355 del año 2016). La Fiscalía señala como causa de estos episodios “una crisis profunda en las pautas educativas y en los roles paterno filiales”.

Para las familias afectadas resulta muy difícil denunciar a su hijo o hija, debido a los sentimientos que experimentan de culpa, vergüenza y fracaso. Sólo se denuncia entre un 10% y un 15% de los casos de violencia ascendente. Se trata de un importante problema social, por las graves consecuencias que produce para la salud de los afectados. Los familiares pueden padecer insomnio, depresión, ansiedad, e ideación o tentativas suicidas. Muchos precisan medicación para la ansiedad, y otros recurren a drogas o alcohol para afrontarla (Aroca-Montolío et al, 2014).

Un problema de origen multifactorial

Las situaciones de violencia filioparental tienen un origen multicausal y multifactorial. Se han realizado algunas investigaciones sobre esta materia para intentar averiguar las principales causas y factores de riesgo y poder articular estrategias de prevención adecuadas. Un estudio de Martínez et al (2015) señala la confluencia de factores individuales, familiares y escolares. Algunos de los más destacados son:

  • Factores individuales: Escasa empatía, baja tolerancia a la frustración, mal manejo de la ira, baja autoestima, malestar psicológico, sentimiento de soledad, baja satisfacción vital, y dificultad para expresar emociones.
  • Factores familiares: Violencia entre los padres, conflictividad en la familia, estilos parentales inconsistentes o sobreprotectores, la baja cohesión afectiva.
  • Factores escolares: Dificultades de aprendizaje o de adaptación, absentismo escolar, violencia en la escuela.
  • Otros: Estas autoras también indican que el consumo de drogas y alcohol, aumenta la probabilidad de que estos adolescentes agredan a sus madres.

Estos factores no producen de forma inevitable el estallido de la violencia filioparental, pero son factores de riesgo de carácter acumulativo, y todos ellos deben ser tenidos en cuenta a la hora de diseñar estrategias de prevención.

¿Qué hay de cierto en las palabras de la Fiscalía General del Estado, al hacer referencia a “una crisis profunda en las pautas educativas y en los roles paterno filiales”? ¿Existe realmente esta situación de crisis?

La forma de educar a los menores ha experimentado grandes cambios en las últimas décadas. En los años 70 y 80 no era raro escuchar a muchos padres e incluso a expertos, defender “el cachete a tiempo” como método educativo. Actualmente, la mayoría de educadores, maestros, psicólogos y especialistas están de acuerdo en que golpear a un menor no es una pauta educativa apropiada, ni siquiera el clásico “azote en el culo”. La autoridad de antaño, ejercida desde la fuerza, el miedo o la imposición, ha quedado atrás. Existen nuevas pautas educativas basadas en la comunicación, el diálogo, el afecto y los límites no violentos. Los derechos del niño han salido ganando con el cambio. Sin embargo, hay padres y madres que fueron educados en el autoritarismo “porque-yo-lo-mando” y ahora se encuentran sin pautas de actuación, en un momento en el que las formas antiguas ya no sirven, pero tampoco conocen otra forma de educar, porque nunca la vivieron en su hogar.

Además, en la sociedad existe una gran diversidad de criterios sobre lo que es “educar correctamente” a un niño o niña. Algunas voces aún defienden el “cachete a tiempo”, mientras que otros lo rechazan. Muchas familias defienden a ultranza la crianza de apego (lactancia prolongada, colecho, porteo) frente a otro sector de la sociedad que considera que es una tendencia más basada en creencias personales que en el conocimiento científico. Unos expertos defienden dejar llorar al niño para dormirlo, y otros defienden cogerlo en brazos cada vez que llore. En un mundo que cambia vertiginosamente, las pautas contradictorias se suceden y los padres y madres se sienten confusos. Ante tal diversidad de mensajes contrapuestos y “gurús” que no se ponen de acuerdo, finalmente las familias hacen lo que pueden. O prueban uno y otro sistema alternativamente, lo que da lugar a inconsistencias.

Más allá de las pautas educativas, existen un gran número de circunstancias sociofamiliares y económicas que hacen el tema aún más complejo. Adolescentes de origen extranjero criados en España con sentimientos de desarraigo y soledad, niños que han vivido situaciones de violencia en sus hogares, niños de familias monomarentales que pasan la tarde siempre solos porque su madre está trabajando, niños y niñas que se han criado en un barrio sumido en la pobreza o la exclusión social, situaciones de racismo o discriminación que han vivido algunos menores en el patio de la escuela, acudir a un colegio donde se concentra al alumnado más desfavorecido (en Madrid se las denomina eufemísticamente “centros prioritarios o de especial dificultad”). Muchos de estos factores pueden dar lugar a sentimientos de desarraigo y resentimiento.

Por otro lado, el fácil acceso de los niños y adolescentes a las nuevas tecnologías, muy especialmente el acceso sin control a internet a través del móvil, supone también una serie de riesgos. El acceso de los menores a contenidos violentos o pornográficos se encuentra actualmente muy extendido y no todas las familias adoptan medidas de seguridad. No existe investigación que vincule de forma específica la violencia filioparental a la visualización de contenidos violentos en internet. Pero sí existe literatura que relaciona la exposición de niños y adolescentes a contenidos violentos y el desarrollo de conductas agresivas y violentas (Jiménez, 2011; De la Torre y Valero, 2013)

Del Moral et al (2015) señalan que no existe un único tipo de familia más proclive a sufrir violencia filioparental aunque sí identifican algunos factores de riesgo: roles familiares difusos o inversión de roles, estilos educativos laxos sin normas ni límites; estilos educativos negligentes en los que los padres abandonan sus funciones parentales, mostrándose ausentes; estilos inconsistentes que oscilan entre permisivo y autoritario; falta de capacidades parentales; familias en las que no se exige esfuerzo o se premia sin esfuerzo, dificultades de comunicación en la familia y problemas económicos. Este estudio añade una referencia al caso de los hijos adoptivos, señalando que anteriores trabajos observan que en los centros de menores, la proporción de menores adoptados que han cometido agresiones contra sus padres es muy superior a la de jóvenes que han cometido otro tipo de delitos. Existe poca investigación sobre este tema, aunque sería importante investigar si los problemas de vinculación y experiencias tempranas de abuso o maltrato pueden dar lugar a situaciones de violencia filioparental.

La intervención con jóvenes que agreden a sus familias

Algunas de las intervenciones que han mostrado un mayor éxito con estos adolescentes son la Terapia Familiar Funcional y la Terapia Familiar Sistémica (Martínez et al, 2015). Esto es así, porque estudian la conducta del adolescente en el contexto familiar, buscan la modificación de dinámicas familiares disfuncionales que pueden estar influyendo en la conducta violenta, mejoran la comunicación y las relaciones familiares, y tienen una sólida base científica (la Teoría del Aprendizaje Social y la Teoría de Sistemas).

Por su parte, Concepción Aroca Montolío (2013) propone una intervención que contempla un programa para trabajar con la familia y otro para trabajar con el hijo o hija maltratador. En el caso de las familias, se trabaja el reforzamiento de las capacidades parentales, estrategias educativas y de comunicación parental, la necesidad de estar presentes en la vida de los,hijos, y reducir los sentimientos de culpa, fracaso o soledad, así como un asesoramiento personalizado. Para los adolescentes, propone el empleo de técnicas cognitivo-conductuales, adquisición de conductas prosociales y reducción de los factores de riesgo. Otros autores, como Pereira y González-Álvarez han elaborado asimismo propuestas de intervención con este colectivo.

Entre los recursos existentes, podemos citar los hospitales de día, existentes en casi todas las comunidades autónomas, que proporcionan una alternativa a medio camino entre la hospitalización y la consulta ambulatoria. Se trata de un servicio público donde los adolescentes acuden a diario, pasan el día en el centro, reciben terapia y acuden a clase, pero por la tarde regresan a sus hogares. Estos recursos permiten recibir una atención más intensiva que la de una consulta ambulatoria. Sin embargo, no son recursos específicos para adolescentes con esta problemática, sino que reciben a una gran variedad de pacientes con psicopatologías muy diversas, y es un servicio enfocado al tratamiento de psicopatologías, por tamto con un enfoque clínico.

Para menores con medida judicial por agresión a sus progenitores, hay un programa específico de la Agencia de Reeducación y Reinserción del Menor Infractor (ARRMI). Este programa tiene un enfoque sistémico y trabaja con la familia. Parte de la idea de que la mayoría de estos jóvenes no tienen un problema psiquiátrico sino sociofamiliar, y la intervención se enfoca en la familia y el menor.

Se trata de dos enfoques muy diferentes, el enfoque médico-rehabilitador y el enfoque sistémico-familiar. Para acceder al hospital de día se necesita ser derivado al mismo por un facultativo, por padecer un trastorno de salud mental. Y para acceder al recurso de la ARRMI se necesita una medida judicial. Muchos jóvenes quedan fuera de los recursos, por no encajar en dichos perfiles.

Aroca (2013) señala que la mayoría de las familias acudieron a servicios sociales comunitarios, hospitales de día o centros de salud mental ambulatorios, sin obtener ayuda eficaz. En algunos casos, la familia solicitó el internamiento de su hijo en algún centro público, pero sólo les quedaba la denuncia o un centro de internamiento privado. Los recursos específicos para la intervención terapéutica con estos jóvenes son insuficientes. La derivación a los servicios de Salud Mental no suele ser suficiente, ya que la atención prestada resulta generalista y poco intensiva. Estos jóvenes necesitan recursos especializados, pero apenas existen centros públicos y los privados resultan extremadamente costosos.

La creación de programas psicoeducativos accesibles y especializados es una necesidad para muchas familias que conviven con esta problemática. Estos programas pueden integrarse en centros como los Centros de Apoyo a la Familia, (CAF) o los de asesoramiento socioeducativo para adolescentes (ASPA). Desde estos programas se podría trabajar desde la aparición de las primeras situaciones de riesgo, para evitar que degeneren en situaciones de violencia manifiesta, así como intervenir en los casos en los que ya existan episodios de violencia. La intervención no debe reducirse a los casos en los que existe una medida judicial. Es preferible intervenir antes de que tal medida judicial sea necesaria.

(*) Periodista y trabajadora social