Como chapotear en un charco y salir indemne (I)

Carlos Castañosa (*)

Es tentador para un crío pequeñajo pasar al lado de un charco, mirarlo de reojo y dudar con un: “me meto o paso de largo”.  La decisión depende también de la firmeza en la mano progenitora que dirige sus primeros pasos.

A estas alturas, lejos ya de ataduras primigenias, llevo tiempo rondando un llamativo charco, con mis ganas de mojarme reprimidas… Pero se acabó…

Allá va mi zambullida: Tres Pes en los vértices de un triángulo poco amoroso pero espuriamente conchabado. Política, Prensa y Pueblo. En orden inverso, serían el Bueno, el Feo y el Malo de una película barata y poco grata, por no ajustarse al guión original escrito en el artículo 20 de nuestra Constitución donde, entre otros puntos,  se reconoce y protege el derecho  a la libertad de expresión.

a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones…

d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión.

2. El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.

3. Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos…

4. Solo podrá acordarse el secuestro de publicaciones… en virtud de resolución judicial.

La realidad hace de este dictado una utopía escrita en papel mojado. El “bueno” de la peli es la opinión pública. Vulnerable e ingenua receptora del mensaje emitido por los medios de comunicación, que son los “feos” del cuento –no todos, solo algunos– porque está muy feo eso de dejarse comprar o alquilar por los “malos” –algunos, no todos– que inducen la divulgación política de falsas promesas electoralistas, datos manipulados y flagrantes mentiras. Lo peor es cuando el “malo” paga por una mordaza y el “feo” cobra por ponérsela. Te compro, o alquilo, para que no cuentes ni dejes contar nada que perjudique mi yacimiento de votos.

El montaje no generalizado pero abundoso en lo real, contraviene impunemente el espíritu y la letra del artículo 20. El damnificado es el bondadoso y confiado ciudadano, cuyo derecho a recibir libremente información veraz, se ve conculcado por el infame mercadeo de chalanes, “malos” y “feos”, que intentan sorprender la buena fe del “bueno” de la historia quien, aparte de su aparente resignación colectiva, no es tonto ni corto de alcances para poder percatarse de la felonía instituida en un mercadillo de baratijas al son de “¡Me lo quitan de las manos!”… Trileros de medio pelo a quienes nadie cree, pero aparecen como el único espectáculo disponible.

Problema planteado y soluciones viables para justificar la reivindicación: Algunos medios con problemas de supervivencia y de estabilidad laboral, no tienen más remedio que aceptar la publicidad institucional y propaganda de partidos políticos para sobrevivir –al mismo nivel que las páginas de ofertas sexuales–. Llegadas las vísperas electorales pueden encontrar un filón en las entrevistas pactadas y pagadas con dinero público por el político de turno. Podría ser un negocio legal, aunque de dudosa legitimidad moral porque el entrevistado puede engañar impunemente (como el acusado que en un juicio tiene derecho a mentir al juez en defensa propia). Pero es una situación aceptada por la audiencia, porque ya sabe de antemano que el susodicho miente, y prometerá, por ejemplo, hacer a partir de ahora lo que no ha sido capaz de realizar durante los 30 años que lleva encaramado en su poltrona.

Otra cuestión es la línea editorial de cada medio, que debe ser respetada y aceptada por los usuarios. Quien no comulgue, que no lo lea, no lo escuche, no lo vea…

La perversidad está en el oscurantismo de transacciones subrepticias, que nada tienen que ver con la deontología periodística, en relación con el inalienable derecho constitucional de la opinión pública a la veracidad, cuando se surte de dinero camuflado a determinadas empresas de la comunicación para acallar informaciones poco favorables hacia quien paga. Y de paso, humillar al responsable de gestionar el medio; sin capacidad suficiente ni entidad profesional para asumir los principios éticos de una profesión, el Periodismo, que no merece el grave trance actual que están sufriendo auténticos profesionales, cuya vocación está siendo mancillada por esta estructura de chalaneo organizado.

Solución: Para los casos extremos de empresas periodísticas en situación de precariedad por una gestión mediocre, en nombre de la renombrada transparencia y por respeto a la veracidad que merece la opinión pública, deben declarar oficialmente, además de los beneficios por la publicidad habitual, los demás ingresos; conceptos por los que se perciben; cuantía; imputación fiscal del “negocio”; identidad del “donante”; compromiso de temas a tocar o no y a cambio de qué. Así como las limitaciones impuestas al respecto a trabajadores y colaboradores del medio… por aquello de la cláusula de conciencia.

Es imprescindible que tengamos presente que el verdadero protagonista es el “bueno”, y que los otros dos actores secundarios le deben pleitesía y respeto a sus derechos fundamentales. No son aceptables triquiñuelas y oscurantismo mezquino en favor de intereses creados al socaire de una picaresca burda y poco rentable para nadie.

Es un honor y me siento bendecido por poder escribir en lugares limpios como este, para decir lo que pienso y sentir mi libertad…

Con respeto hacia todos para merecer el mío. ¡Muchas gracias!...

(*) Articulista y escritor (www.elrincóndelbonzo.blogspot.com)