Sémen: el Carabobo realista

Ángel Rafael Lombardi Boscán (*)

El 16 de marzo del año 1818 en el campo de Semén las fuerzas de Bolívar pudieron finalmente encontrar a las realistas dispuestas para una decisiva batalla. El cerco se había cerrado y abruptamente Bolívar comprendió que el terreno de la lucha era completamente inadecuado para la manera en que tenía distribuidas sus fuerzas.

La Quebrada de Semén o La Puerta, en las cercanías de la población de San Sebastián del estado Aragua, fue un estratégico lugar que sirvió de paso entre los llanos altos del hoy estado Guárico y los valles de Aragua. Una vez más el empeño obtuso de Bolívar en querer ocupar a como diera lugar la capital del país, le hizo perder la objetividad desarrollando una estrategia inadecuada.

Derrotada la vanguardia de las fuerzas republicanas dirigidas por Zaraza y Monagas en Maracay el 14 de marzo, Bolívar pudo percatarse que había entrado en un espacio completamente copado por superiores fuerzas enemigas que confluían hacia su encuentro. Al ordenar la retirada no hizo otra cosa que intentar salvar el grueso de sus efectivos y todo el valioso material de guerra.

El perseguidor devino ahora en perseguido. Morillo en Valencia se puso al frente del ya mítico regimiento Unión; La Torre confluía por las Cocuizas con otras fuerzas de refresco y Morales en La Victoria era el que más rápido se movía procurando entrar en contacto con las unidades republicanas. Al replegarse Bolívar y su ejército por el camino de San Juan de los Morros, comprendió que de no hacer algo iba a quedar completamente aniquilado. En la sabana de Semén, el jefe venezolano decidió emplazar una batalla decisiva contra los realistas tratando con ello de evitar cortada completamente su retirada hacia el sur. La vanguardia realista, dirigida por Morales con unos 1.300 soldados, estuvo dispuesta a batirse ante los 3.500 hombres de Bolívar. La refriega, frontal y mortífera, empezó a las 6 a.m. cuando el sol apenas aparecía en el firmamento. En un principio Morales tuvo que ceder ante las superiores fuerzas del enemigo, pero Morillo y La Torre marchaban velozmente para no dejar escapar del cerco a los republicanos; a las 9 a.m. hicieron su entrada las tropas realistas de refresco para decidir la batalla. El mismo Morillo al frente del Unión tuvo una participación decisiva en el desenlace de este encuentro a pesar de haber recibido un lanzazo que le atravesó el abdomen.

La Torre fue el encargado de dirigir la persecución sobre los restos del ejército republicano que huyó por Ortiz hacia Calabozo procurando encontrar a las fuerzas de Páez llano adentro. Al carecer de caballería los realistas no pudieron dar el golpe de gracia a las diezmadas fuerzas que huían derrotadas; tampoco dispusieron de la capacidad de poder marchar hacia el sur para caer sobre los ahora indefensos centros de mando y las bases de operaciones principales como Angostura.

Los testimonios sobre lo acontecido en Semén son numerosos, los publicistas de la causa realista no desaprovecharon la oportunidad para exaltar tan importante victoria y el mismo Morillo en sus informes no dejó de congratularse él mismo. Es interesante presentar el testimonio de un inglés anónimo que luchó al lado de las fuerzas republicanas y la manera en que percibió la condición de ambos combatientes. No hay duda de que todavía los realistas en el año 1818 tenían una mejor organización militar que sus rivales y que la llegada de oficiales extranjeros permitió a Bolívar obtener la experiencia de estos para conformar un ejército más “profesional”.

Al amanecer, los dos ejércitos formaron frente a frente en línea de batalla. No les separaba más que un riachuelo cuyo paso fue obstinadamente disputado con varias alternativas durante la jornada.

El contraste que ofrecían los equipos de las tropas realistas y patriotas, era chocante. Los regimientos españoles llevaban uniformes casi nuevos que les habían sido enviados recientemente de Caracas; tenían que parecer magníficos al lado de los harapos de los soldados patriotas; los españoles eran, además, más numerosos, estaban mejor armados y tenían sobre sus enemigos la ventaja de la rigurosa disciplina.

El único cuerpo de nuestro lado que pudiera jactarse de llevar uniforme, era el que constituía la guardia de Bolívar. Este uniforme, destinado primeramente a los marinos ingleses, fue rechazado en Londres por la administración de la armada y vendido en dicha ciudad al agente de Bolívar. La mayoría de estos guardias, especialmente los que componían las primeras filas, llevaban capotes que pertenecieron a los infortunados Húsares de la Reina. El equipo del resto del ejército era heterogéneo en toda la acepción de la palabra.

Morillo no dejará de lamentarse en los años siguientes de la espléndida oportunidad que se había perdido luego de Semén para que el realismo hubiese concretado una inapelable como definitiva victoria sobre sus enemigos en Venezuela. Morillo volvía a ratificar su prestigio militar en Venezuela y acalló momentáneamente las voces disidentes y críticas que tenía entre sus propios partidarios del campo civil molestos por el gobierno militar.

Bolívar, con apenas 400 hombres que se habían salvado del desastre, una vez más volvía a transitar la espinosa senda de la derrota y las duras acusaciones de muchos de sus subalternos al responsabilizarlo de un nuevo traspié.

Ya era costumbre para el caraqueño enfrentar la derrota pero también sobreponerse con renovado optimismo. La auténtica grandeza de Bolívar, a nuestro entender, como ser humano, se encuentra en esa extraordinaria capacidad para sobreponerse a pesar de la más dura adversidad.

Las fuerzas republicanas estaban en el más completo desconcierto y por muy poco sus principales jefes pudieron haber caído prisioneros. Bolívar mismo logró salvarse milagrosamente en el incidente de Rincón de los Toros (16 de abril) donde una partida realista le sorprendió en plena noche mientras dormía en su campamento.

Una vez más la autoridad del caraqueño volvía a ser cuestionada por sus mismos partidarios. Las críticas más virulentas provinieron de los oficiales extranjeros que por primera vez le acompañaban en una campaña militar. Incluso algunos, como el coronel Wilson, llegaron a proponerle a Páez que asumiera el mando supremo con el apoyo de sus llaneros. Páez, que siempre mantuvo un trato independiente respecto a Bolívar, quizás sintió con agrado el ofrecimiento, pero tal idea no llegó finalmente a cristalizar.

Morillo hasta el año 1818 sólo sintió respeto por Páez como adversario dentro del bando de los rebeldes, al venezolano le consideró el heredero natural de las tropas de Boves. Del caudillo llanero siempre admiró sus cualidades como hábil jefe militar al frente de la temible caballería conformada por los jinetes llaneros. Con esto no hacía otra cosa que validar la opinión casi unánime, compartida por realistas, extranjeros al servicio de las fuerzas republicanas y de algunos importantes jefes insurgentes, de que Bolívar era un incompetente militar signado por la mala fortuna, y por ello, incapaz de obtener un triunfo decisivo. A Bolívar la aureola del triunfador, forjada luego de la campaña de 1813, se le había desvanecido por completo. Los desastres consecutivos y contundentes de Semén (16 de marzo), Ortiz (26 de marzo) y Rincón de los Toros (17 de abril), ponen el sello final a la funesta campaña del año 1818.

El 2 de mayo, en Cojedes, La Torre pudo derrotar a Páez y sus llaneros y con ello restableció la preeminencia realista en la zona; pudiendo recuperar estos las más importantes plazas que antes los rebeldes les habían arrebatado, como San Fernando de Apure y Calabozo. Una vez más, los lugartenientes de Morillo, como La Torre, Sebastián de la Calzada y José Tomás Morales, cumplieron a cabalidad los mandatos del Jefe Superior, tratando de acorralar las fuerzas republicanas en todos los escenarios en que estos venían operando y buscando por todos los medios un encuentro decisivo que sellara de una vez por todas la victoria final en favor de las armas del Rey.

El 20 de mayo, Francisco Tomás Morales obtuvo otro rutilante triunfo sobre el general republicano Manuel Cedeño, en la batalla conocida con el nombre de Laguna de los Patos, dentro de la provincia de Caracas. Los realistas triunfaban en todos los frentes, salvo el oriental, en que fueron incapaces de someter las fuerzas de Arismendi, Bermúdez y Mariño, que seguían operando activamente.

Bolívar, desacreditado por todos, siguió confiando en sus posibilidades, procurando rehacerse del descalabro militar asumiendo nuevos y audaces proyectos. Una vez más, el Libertador se ponía a prueba frente a la adversidad.

Aniquilada más que nunca parecía la causa republicana. Los realistas dominaban todo el Centro y el Occidente; en las Provincias orientales, a la amenaza de los mismos se añadía la interminable desavenencia entre Bermúdez, que ahora obedecía a Bolívar, y Mariño, que unas veces fingía someterse y las más campeaba por su cuenta; en Margarita, Arismendi se consideraba señor feudal de la isla; finalmente en Apure apenas podía contarse con la subordinación de Páez. Pero el alma del Libertador se engrandecía en la desgracia. No bien regresó a Angostura (5 de junio) concibió un vasto plan que semejaba en tan tristes circunstancias pura insensatez: convocar un Congreso, establecer el gobierno constitucional… y trasmontar los Andes, libertar a Nueva Granada, fundar a Colombia, dándole al propio tiempo el golpe de gracia a la dominación española. Todo se realizó. (José Gil Fortoul, “Historia Constitucional de Venezuela”)

(*) Director del centro de estudios históricos de Luz