Buscando el centro

Salvador Suárez Martín (*)

Al acercarnos a una cita electoral se nos repite como un mantra que, para ganar las elecciones hay que ganar el centro y todos los partidos corren buscando el centro, un lugar mágico, donde se puede convencer a todos y todas, una opinión perfecta que gusta a todo el mundo, una posición que a nadie ofende y que logra el voto de una forma milagrosa. En busca de ese Dorado se inician viajes ideológicos y programáticos llenos de sacrificios, donde líderes intrépidos definen dónde se encuentra y como llegar hasta él. Pero ¿existe ese mítico espacio?

Existir, por existir, claro que sí. Es indiscutible que todos podemos opinar que hay un punto medio entre las diferentes posturas de la ciudadanía, pero ¿es razonable tratar de definirlo o de llegar a él a toda costa? Para empezar no existe una brújula que nos oriente. El centro es una posición que no está fija ni anclada en un lugar; lo que ayer podía ser izquierda radical hoy seguramente será de los centros más consensuados. Si hace pocos años las posturas contra los desahucios eran de una izquierda radical, a día de hoy, difícilmente un partido podría apoyar a cara descubierta que las familias fueran puestas en la calle por no poder pagar el timo de la estampita que supusieron aquellas maravillosas hipotecas del boom inmobiliario. Otro ejemplo de ello sería que, hace cincuenta años proponer el divorcio era totalmente de izquierdas, en cambio, ahora pensar en prohibirlo sería, como mínimo de locos.

Es un asunto tan subjetivo que ya cuesta ponerse de acuerdo en una tertulia entre amigos, cuanto más entre la población de un país. Con seguridad, lo que para uno puede ser una postura centrista, para otro puede parecer de derecha extrema. En una sociedad cada vez más preocupada por la política (menos mal) cada vez será más difícil encontrar una postura que deje contentos a todos.

Por eso el centro se mueve. Lo componemos día a día entre toda la ciudadanía. Los políticos no pueden basar todo su discurso en ir persiguiendo los cambios de la sociedad. Si bien han de  tenerlos en cuenta, no pueden carecer de un fondo, de una definición propia de la sociedad que quieren crear. La política, en sentido amplio, debe guiar la sociedad hacía un futuro mejor, no ir corriendo detrás de ella, solo programando las cosas cuando ya la sociedad está cansada de gritarlas.

Por contra, no faltan los gurús que aseguran saber dónde se encuentra ese mítico centro. Definen sin pudor dónde se haya, cuál es la postura menos molesta y guían a su partido en el camino, decidiendo qué decir y qué no, cuando su labor debería ser definir cómo transmitir lo que los mismos miembros de ese partido han decidido defender. Si de verdad fuera tan fácil saberlo, siempre se ganarían las elecciones con esa simple receta, pero aun así , encontramos a esos chamanes asegurando conocer el camino en cada cita, cortando mensajes o limitándolos como parte de la fórmula para que el centro les sea entregado.

No se puede agradar a todos pero algunos parecen convencidos que ésa es la clave para la victoria: Decir lo que sea, lo que quiera oír la mayoría, que ya luego, veremos qué hacemos de verdad. Los votantes deberían castigar a estas posturas facilonas o hipócritas. Esto me recuerda a la fábula del burro, el viejo y el niño. O quizá el problema es que nuestra sociedad se ha acostumbrado a premiar estos perfiles mediocres antes que perfiles más comprometidos que puedan hacernos pensar o que se definan más claramente sobre su idea de cómo hacer las cosas.

No es moralmente aceptable ganar las elecciones a toda costa o al menos no deberíamos dejar que lo fuera. Por eso hay que pensar muy bien el voto, premiar la coherencia, la honestidad y los principios porque quien no es honesto con sus ideas ni firme en sus posicionamientos antes, cómo va a serlo cuando sea gobernante. Si un partido traiciona sus principios para ganar unas elecciones qué no hará para mantenerse en el poder.

Buscar el centro es, además de un error, un absurdo. El verdadero concepto debería ser renunciar o retrasar ciertos puntos o detalles porque la sociedad no comparte esos criterios. Tal vez puede parecer lo mismo, pero no es igual. Los partidos deben tener una personalidad propia abierta (también deben ser receptivos y participativos, claro) a la realidad de la sociedad, no ser un camaleón dispuesto a disfrazarse de cualquier cosa para agradar. Sería como tener un amigo que a todo dice que sí sin pensar, les aseguro que no es de fiar o que tiene algún interés oculto.

Un partido político debe buscar ser la opción de la mayoría de los ciudadanos con sus ideas, debe tener voluntad de gobernar pero, para hacer lo que considera mejor, no ganar por ganar para luego realizar el programa de otro partido, no puede perder de vista el ideal de transformar a la sociedad en una mejor. Dialogando con la sociedad, ni negándola ni aceptando las estadísticas sin ideas. Tristemente para algunos el ganar a toda costa o poner las ideas donde están los votos, en lugar de convencer con las ideas para lograr los votos es lo prioritario, como dibujando la diana sobre los disparos, en lugar de disparar a la diana.

En realidad, es al revés. Cuando un partido gana, el centro se sitúa en él. Una posición ideológica debe lograr tocar a la sociedad de tal forma que sus ideas y argumentos aglutinen al mayor número de ciudadanas y ciudadanos a su alrededor, creando el centro.

En conclusión, algunos hacen política y otros sólo buscan quedar bien en los titulares, y, llegados a este punto, cada uno es mayorcito para saber quién es el de fiar.

(*) Articulista