La rebelión de los historiadores

Ángel Rafael Lombardi Boscán (*)

Sigue estando de moda ser un intelectual o artista comprometido con las mejores causas de la humanidad aunque éstas las hayan representado Fidel Castro, Muamar el Gadafi, el Che Guevara, Stalin, Mao, Kim Il-sung y nuestro Chávez. Hoy, la llamada izquierda mundial, debería en un acto de contrición, pedir público perdón. Detrás de estos líderes mesiánicos y brutales sólo se ha desparramado la tragedia social sobre sus dirigidos. En nombre de la muy poderosa idea de la Justicia, alimentada desde el rencor de los explotados, el “Hombre Nuevo” fue sólo un proyecto caza bobo ideológicamente prestigioso con la complicidad de una intelectualidad “progresista” alineada desde un arrodillamiento interesado, salvo muy contadas excepciones. Las embajadas, consulados, cargos, agregadurías, ministerios, viajes, condecoraciones y demás prebendas hicieron y hacen felices a estos intelectuales.

Los historiadores nuestros, con apenas Escuela, luego de la Independencia (1810-1830), se dedicaron a remodelar nuestro pasado proponiendo otro alternativo alrededor del culto bolivariano (1842). Lo indio y negro poco valían; y lo hispánico había que abolirlo acompañando una leyenda negra fomentada básicamente por los británicos. Desde entonces el Poder en Venezuela de la mano de los caudillos y militares se hizo de los servicios de una intelectualidad sumisa a sus designios. Todo indica que la ‘Historia’ (1841) de Baralt fue un encargo de Páez y la ‘Historia’ (1908) de José Gil Fortoul una concesión académica al Gendarme Necesario.

La Academia de la Historia de Venezuela se fundó en 1888 y en su recinto se produjo la una Historia Patria al servicio del Poder y el statu quo. La historia como instrumento de propaganda, dominación ideológica y mito al servicio del culto bolivariano procurando una cohesión nacional desde una identidad histórica impuesta, y en consecuencia, distorsionada. El hito de esta supremacía patriótica es un libro de moral y cívica, famoso e influyente: ‘Venezuela Heroica’ (1881) de Eduardo Blanco. En ese libro fantasioso nuestros héroes son deidades impolutas dentro de un cuerpo teleológico místico, aunque laico, tan dogmático y frenético cuyo imperativo esencial es la exaltación de una simbología de lo nacional recluida en el tiempo pasado de la Independencia. Nuestro Destino Manifiesto nunca se construyó, quedó varado en sus enunciados y las mezquinas ambiciones de las hegemonías de turno. El pasado como ilusión de grandeza compensaba nuestro errático rumbo en el presente.

Sólo desde la llegada del petróleo y la democracia en 1958 el país inició su indispensable movimiento ilustrado y urbano creando algunos cimientos de una modernidad hasta ese momento esquiva. Será la educación masificada y gratuita el punto de partida de una nueva conciencia social alrededor de un compromiso ciudadano sustentado en las ansias de progreso social. Las universidades autónomas nacionales se convirtieron en las vanguardias de un nuevo pensamiento crítico y rebelde, siempre incomodo al Poder que les financiaba. Por primera vez en Venezuela se podía disentir sin terminar con los huesos en una cárcel o en el exilio.

Hoy, nuestras universidades están cercadas y el sistema de educación nacional publico derruido. La cultura es un desierto y la regresión histórica afecta todos los ámbitos de la vida social. Cualquier atisbo de meritocracia es inexistente. Aun así se pudo formar una clase media profesional viajada y comprometida con los signos de una modernidad democrática que hoy aún resiste. También hubo el combate de nuestros historiadores más preclaros como Manuel Caballero, Germán Carrera Damas, Elías Pino Iturrieta, Ángel Lombardi, Guillermo Morón, Inés Quintero, Germán Cardozo, Tomás Straka y tantos otros que decidieron dinamitar conceptualmente, y con la seriedad del caso, casi todas las manipulaciones prevalecientes respecto a nuestro pasado. 

Estos historiadores han roto los paradigmas al uso sobre estar ubicados a la derecha o a la izquierda. Se resisten a las etiquetas y asumen una labor patriótica y nacionalista desde los incentivos de un pensamiento libre, autónomo y contestatario asumiendo riesgos que la mayoría rehúye. “El único compromiso del historiador, en cuanto que historiador, es con la historia bien hecha”. (Jordi Canal).

(*) Director del centro de estudios históricos ‘Luz’