El idioma que nos une

Antonio Morales Méndez (*)

A finales del pasado mes de julio participé en la inauguración del LII Congreso de la Asociación Española de Profesores de Español que se celebró en Gran Canaria. Me pareció un acierto el título que los convocó (‘El español en su camino hacia América’), porque desde el principio, desde la primera ruta atlántica que hizo el idioma español hace 5 siglos, nuestra isla  formó parte de ese camino. Está demostrado que en ese viaje inicial la expedición encabezada por el navegante  Cristóbal Colón  que se dirigía a Las Indias, unos hicieron una parada en Gran Canaria para arreglar el timón de La Pinta mientras el resto viajaba a La Gomera.

Y desde entonces ha sido un viaje de ida y vuelta. Porque el idioma español se enriqueció al llegar a las diferentes tierras americanas y entrar en contacto con otros pueblos. Como ocurrió con las distintas generaciones de canarios que emigraron a América en busca de una vida mejor y trajeron de vuelta una lengua más rica y, por tanto,  más viva.

Hay muchas razones históricas, culturales, sociológicas, sociales, sentimentales, antropológicas… para defender nuestro idioma. Incluso, en este mundo en el que parece que la economía lo mueve todo, también ella condiciona la lengua. El informe ‘Valor económico del español’ de la Fundación Telefónica destaca la rentabilidad de compartir la segunda lengua materna más hablada en el mundo: más de 450 millones de personas, a los que hay que añadir otros 50 millones que lo han aprendido como lengua extranjera. El español genera el 16 % de valor económico del PIB y del empleo en España. Es la segunda lengua de comunicación internacional en la Red. Un puesto que mantiene a pesar de los millones de hispanohablantes que en las redes sociales utilizan el inglés en su perfil personal y profesional, demostrando en mi opinión un complejo injustificable. Según el mismo informe, el español representa el 30 % del valor salarial en España y un 10 % en Estados Unidos. Y es un factor determinante para la recepción en España de 35.000 alumnos universitarios Erasmus cada curso académico; España es el primer país de destino, entre los 32 países que participan en ese programa europeo, acogiendo al 17 % del total de estudiantes.

Resulta paradójico que el español se valore más fuera de España que en su país de origen. Cada vez más gente en más países quiere aprender español, sin embargo los que tienen este idioma como lengua materna actúan muchas veces con una desconsideración inexplicable, al introducir anglicismos de forma desmesurada, sin justificación alguna, en detrimento de nuestro maravilloso acervo patrimonial. Quizás porque les hace parecer más “cool”. Tras 500 años de enriquecerse nuestro idioma en ese viaje de ida y vuelta a América, estamos dejando que se haga más pobre. Por ejemplo, hace apenas unos meses España ha decidido que todos sus controladores hablen solo en inglés, ante el enfado de académicos como Pérez Reverte que se lanzó en Twitter a denunciar que de “Los 5 idiomas reconocidos por OACI: inglés, ruso, chino, francés y español. Ninguno excepto España renuncia a usar el suyo en su territorio”. Los grandes literatos, pero también los ciudadanos de a pie, engrandecieron nuestra lengua creando palabras, incluso a través de préstamos de otras lenguas cuando era estrictamente necesario y siempre sometidas a un proceso de adaptación fonética y morfológica. Así  se ha hecho desde los tiempos de El Quijote.

El poeta argentino Juan Gelman decía que “Todos pertenecemos al mundo y si una patria tengo es la lengua. La lengua tiene muchas patrias: la infancia, la familia... todo lo que va haciendo al individuo".  En el discurso que pronunció cuando recogió el premio Cervantes, Gelman defendió la creación de palabras nuevas que ya hacía el autor del Quijote: “Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en la cabeza un baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de palabras nuevas, porque ‘esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el uso. La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma’.

El español es un idioma con un pasado centenario, pero con más futuro todavía: se calcula que en 2050 habrá 750 millones de personas que hablen español. Y me gustaría que fueran muchos más. Siento un profundo respeto hacia otros pueblos del Estado español que tienen otras lenguas maternas y las defienden. De igual forma, frente al intento de imponer el inglés de forma superflua, defendemos el activismo a favor del español como lo planteó el escritor Juan José Millás: “Hace falta la aparición de un activismo en relación a la lengua y a las lenguas, especialmente en un momento en el que la globalización se está mostrando incompatible con el mantenimiento de la identidad lingüística, de las identidades lingüísticas. Si las lenguas sólo sirvieran para averiguar dónde está el baño, nos daría lo mismo. Pero preferiríamos que las generaciones del futuro las utilizaran para algo más.”

El idioma español es plural, rico y hermoso gracias a las aportaciones de muchos pueblos. Por eso defendemos también el habla canaria, en igualdad de condiciones que las otras innumerables variedades del español a lo largo y ancho de los territorios en los que se habla. A pesar del complejo visibilizado por Ana Guerra, la concursante de Operación Triunfo que mostró aversión públicamente de nuestro acento. Dice que prefería “el castellano”. Como dijo el filólogo y exdirector de la Real Academia Española de la Lengua José Manuel Blecua: “no existe el español modelo, o el mejor español. El mejor español no es el que se habla aquí, ni en Madrid, ni en Valladolid”. Decía Blecua que lo del español perfecto de Valladolid “es un mito que se debe a Madame D’Aulnoy, una viajera francesa del siglo XVII que escribió un libro sobre España. Cuando ella preguntó dónde se habla el mejor español alguien le dijo que en Valladolid y ahí nació el mito”.

Estamos en Gran Canaria, en la isla donde Benito Pérez Galdós nació y vivió sus dos primeras décadas de vida. Aquí Don Benito tuvo su formación académica y aquí aprendió su idioma. Aquí tuvo sus primeros profesores, y en las calles de esta ciudad, escuchando las conversaciones de la gente como le gustaba hacerlo, Don Benito se hizo novelista, uno de los novelistas más fecundos y más influyentes en la historia de la literatura española. Como hombre comprometido socialmente tuvo detractores en el poder político y religioso. Fueron esos poderes los que presionaron para que no le concedieran el Premio Nobel de Literatura. Hoy en día afortunadamente nadie cuestiona el valor universal de la obra de Benito Pérez Galdós. Nuestro Cabildo lleva celebrando desde 1973 el Congreso Internacional Galdosiano y justamente este año celebramos la edición número XI, con presencia de expertos de todo el mundo en la obra del escritor grancanario.

Y hay muchos estudios que nos dicen que el escritor no renunció nunca a lo aprendido en su isla. José  Pérez Vidal, en su libro ‘Canarias en Galdós’ publicado por el Cabildo de Gran Canaria habla del uso de canarismos en Galdós: “en general Galdós hace bastante uso de canarismos, como de tantísimas voces populares y expresiones familiares, para evitar riesgos de la grandilocuencia y el intelectualismo.” Donde otros escribían “elocuencia” Galdós dirá “jarabe de pico”. Galdós preferirá comistraje a ágape o banquete, comistraje es una voz que lleva un sufijo corrientísimo en Canarias.”

El filólogo Marcial Morera, en su libro ‘En defensa del habla canaria’ dice que “las palabras no son un mero instrumento de comunicación, son el ser, la identidad de los individuos, el sentir que los conecta con sus antepasados -las palabras contienen parte de lo que hicieron y nos han legado nuestros ascendientes- y con su medio y que les permiten mirar esperanzadamente hacia el futuro. Cuando un pueblo reniega de sus palabras, rompe con su pasado y con su ambiente y se queda sin futuro al que mirar.”

Estoy seguro de que el Congreso Internacional sobre el español celebrado en Gran Canaria sirvió para profundizar más en el conocimiento de nuestro idioma, para reivindicar su riqueza, esa riqueza que comenzó en su camino hacia América, en ese viaje de ida y vuelta que se sigue produciendo. Cuenta el escritor uruguayo Eduardo Galeano que  la primera palabra que vino de América fue “canoa”, así está recogido en el Diccionario Latino-Español de Elio Antonio de Nebrija publicado en el siglo XV. Y en el texto Galeano define así al primer americanismo: “Canoa: Nave de un madero. La nueva palabra viene desde las Antillas.”

Defendamos que el español siga viajando por el mundo. Que ese viaje se pueda hacer en avión, en las naves de Colón o en las canoas de los indios antillanos. Pero que sea un viaje para crecer, para que nuestro idioma sea haga más rico, para que los diccionarios recojan las palabras que nacen de nuestros creadores literarios y del propio pueblo, sin eliminar las voces que heredamos de nuestros antepasados, rechazando imposiciones de una falsa globalización que se disfraza de universal, pero que lo que pretende es imponer  la hegemonía de otro idioma, para obedecer intereses económicos que en realidad quieren homogeneizar el mundo con un lenguaje  y un pensamiento únicos que matan la pluralidad y  la diversidad.

(*) Presidente del Cabildo de Gran Canaria