Javier Fernández Quesada: habitante de una verde estrella de esperanza

Francisco Javier González (*)

Manuel Machín ‘Chiclijo’, hijo de Manuel Machín ‘Cachimba’”, no nació en Guanarteme en 1951. Nació en mi imaginario en 2017 pero, en realidad, es un trasunto de compañeros que he conocido y apreciado al que he dado vida como hilo conductor de un relato –aún inacabado- que, desde un punto de vista nacional canario,  recorre una buena parte de lo ocurrido a partir del franquismo en esta maltratada colonia.

El único personaje de existencia solo literaria es Manuel Chiclijo. Todo el resto es puro relato histórico en una gran parte producto de mi propia experiencia y de mis vivencias con los personajes que la protagonizaron. He procurado nombrar solo a aquellos compañeros militantes que moran ya en el mundo de la memoria y el recuerdo, excepto cuando se hace imprescindible para el relato de los hechos nombrar a los que aún están físicamente con nosotros. No así con todos aquellos que desde el campo opuesto, actuando como agentes de la represión colonial, han tenido responsabilidades en los sucesos luctuosos o aciagos. Esos, para su vergüenza y oprobio, van con sus nombres, apellidos y hechos.

Para este 40 Aniversario del asesinato de Javier Fernández Quesada he querido reproducir el capítulo del relato que a él se refiere. Allí van mis recuerdos personales y directos que he enriquecido y completado con lo que por otros compañeros se ha publicado, como Julián Ayala, Sergio Millares, Marta Cantero, Enrique Rey Pitti, y Diego Talavera y con testimonios como los de Teo Santana y Enrique Álvarez Carrillo, y especialmente los trabajos de Octavio Hernández y  Daniel Millet, además del, para mi especial,  Miguel Ángel Díaz Palarea con quién compartí parte de esta y otras  luchas y que hoy nos mira desde la misma estrella verde de esperanza en que mora Javier.

Como fui parte no quiero, ni puedo, ser imparcial.

Aquí va el relato:

Antecedentes

Manuel Chiclijo se miraba al espejo mientras recordaba. Hablaba consigo mismo o con su imagen especular, unas veces en voz alta y otras solo para su interior.

 ¡Carajo, mira que mal acabó aquel año de 1977 en que tantas esperanzas pusimos! Algunos compañeros celebraban el estampido que se dio en el Hierro un avión espía gringo, aunque a nadie nos alegraba los 14 muertos que allí hubo. Gringos, verdad es que sí,  pero personas al fin  y al cabo, aunque me pregunto ¿qué coño venían a espiar? Si al menos aquí estuviéramos batiéndonos el cobre con los españoles bien, pero la verdad es que aquí solo podían espiar lo que nos hacía la metrópoli  y, eso, seguro que ya lo sabían. Son los mismos.

Me viene a la memoria que, en Tenerife, se iban agudizando las tensiones sociales. También pasaba aquí en Gran Canaria y en todo el país, pero no ocupábamos las calles con nuestras propuestas y reivindicaciones. Todos sabíamos que los herederos del franquismo tenían el poder y aplastaban a los trabajadores, sin que las supuestas izquierdas del PSOE y el PCE y sus sindicatos afines de UGT y CCOO se atrevieran a defender a los más desgraciados, ateniéndose a su cacareada democracia que firmó los Pactos de la Moncloa que, desde Canarias contestamos con una masiva huelga general.

Desde Las Palmas, con guagüeros y el muelle planteándose paros, y con los aparceros reclamando trabajos justos con contratos,  seguíamos con interés los llamamientos a la huelga que se hacían en Tenerife. Desde el 13 de octubre los trabajadores de las guaguas de la ‘Exclusiva’, las que en Tenerife llamaban las “guaguas encarnadas”, propiedad de los caciques del sector -la familia Oramas, con el franquista Leoncio Oramas a la cabeza-                                                                                                                      estaban en huelga reclamando unos sueldos medianamente dignos, garantías laborales para sus trabajos precarios y, sobre todo, para exigir que el transporte público se convirtiera, por interés de Tenerife, del negocio caciquil privado que era, en una empresa pública propiedad del Cabildo.

En tabacos, los más de 4.000 trabajadores del sector, además de todas las industrias auxiliares, estaban en huelga desde el 14 de noviembre, tratando de enfrentar las maniobras de la española Tabacalera que pretendía controlar todo el empresariado canario del sector y, si era posible, manejarlo para su control por el monopolio español e, incluso, acabar con el sector en beneficio de sus intereses en la metrópoli.

Meses ya de lucha y penurias para los trabajadores. El vaso lo colmó el cierre patronal del frío industrial con sus 103 trabajadores despedidos sin ninguna compensación ni solución. Las organizaciones obreras se vieron obligadas a buscar una solución para afrontar la dureza de  las condiciones que la burguesía criolla subsidiaria y el estado español imponían. 

En un  piso clandestino, de la barriada  ‘Princesa Iballa’ de la lagunera Cuesta de Arguijón, se reunieron abogados y sindicalistas de los tres sindicatos que planteaban una huelga general en apoyo de sus reivindicaciones: La independentista Confederación Canaria de Trabajadores (CCT) que, tras una durísima huelga popularmente conocida en Santa Cruz como ‘la huelga de la basura’, acababa de ganar el conflicto de Cespasa, la Agrupación de Trabajadores de Tabaco y sus Derivados (ATTyD), y la Federación Autónoma de Sindicatos Obreros Unitarios (FASOU), una mezcla de tendencias heredera de la cristiana HOAC. A ellos se unieron en el planteamiento el Sindicato Obrero Canario (SOC), el Partido de los Trabajadores Canarios (PTC) y la Liga Comunista IV Internacional que constituyeron la llamada “Asamblea de los Sectores en Lucha”.

Aunque se les solicitó la adhesión, tanto UGT como CCOO, se opusieron rotundamente a la convocatoria de una Huelga General, igual que sus partidos matrices PSOE y PCE que la tachaban de “revolucionaria”, epíteto pretendidamente despectivo, que se encargaba de difundir la prensa isleña, “venal y asalariada” que diría Secundino.

Los compañeros del PTC, Miguel Ángel Díaz Palarea y Pedro Brenes, me llamaron a mi casa de Guanarteme pa’que viniera a echar una mano. Igual era por la costumbre que yo tenía en manejar una vietnamita, experiencia clandestina que había ido acumulando y que, por el bloqueo de la prensa, sabían que iba a tener trabajo extra para, desmintiendo la propaganda oficial,  hacer llegar a toda la sociedad tinerfeña las razones y motivos para una huelga general. Miles de panfletos para todas las empresas, para hojas volanderas por la isla, para la Universidad, para los trabajadores del muelle….En fin para toda la sociedad trabajadora canaria que era, en realidad, el sujeto agredido por el caciquismo autóctono, subsidiario del colonialismo español. Desde luego, que pa’Tenerife me fui.

La huelga general

El 12 de diciembre, día acordado para la huelga general en solidaridad con los trabajadores  en lucha, desde la madrugada se fue recorriendo los centros de trabajo. Los sectores comprometidos respondieron masivamente al paro. El muelle paralizó totalmente su actividad, así como el frío industrial y el tabaco y afines. De las cocheras de las guaguas de los Oramas solo salieron escasas unidades conducidas por esquiroles que temían la represalia del franquista Leoncio Oramas pero, ante la actitud de estudiantes y obreros que, a pesar de la protección de la policía armada española, apedreaban a las que intentaban circular, se llegó al paro total. La Caja de Ahorros cerró sus oficinas centrales y sus sucursales, como hicieron también la Litografía Romero, y muchas industrias importantes como la Cervecera, Cesea, Dragados y Construcciones, los astilleros de Nuvasa, Cubiertas y Tejados y muchas sucursales de Bancos y comercios tanto de Santa Cruz como de La Laguna.

En la Universidad lagunera se celebró una Asamblea de Distrito convocada por la coordinadora de estudiantes a la que acudimos los sindicatos a explicar nuestra postura y pedir el apoyo estudiantil a la huelga general. Me alegró ver la masiva afluencia estudiantil y su solidaridad con la causa de los trabajadores en lucha. Terminada cerca del mediodía sin incidentes la Asamblea, mientras una parte de los congregados salía hacia el casco de La Laguna en manifestación, otros grupos de estudiantes y obreros se reunían con los que, a lo largo de la mañana, se manifestaban por todos los alrededores de la universidad, cortaron la autopista del norte y, cuando la policía armada española entraba al Campus Universitario, levantaron una pequeña barricada en la calle lateral del edificio, la calle Delgado Barreto, que desembocaba en una gasolinera que allí se abría, frente a la emblemática Cruz de Piedra lagunera. Los intercambios de pedradas estudiantiles y balas de goma policiales eran bastante frecuentes mientras que algunos aislados cócteles molotov arrojados desde la azotea del edificio impedían la entrada policial al mismo.

Unos momentos de verdadera tensión se vivieron cuando un camión cisterna, cargado de combustible para surtir a la gasolinera, al llegar a la Cruz de Piedra para girar hacia la gasolinera, se embarrancó en uno de tantos baches de las obras que se estaban realizando. El peligro pasó porque obreros y estudiantes, conscientes del riesgo, ayudaron al camión a salir del bache. El catedrático de historia moderna, mi paisano Antonio Bethencourt Massieu, era en ese momento el Rector de la Universidad. Sumamente indignado y exasperado por la entrada de la policía armada española en el Campus y preocupado por la posibilidad de un grave accidente como el del camión cisterna, llamó telefónicamente de forma urgente al gobernador Civil, el ex-falangista y ex-jefe del SEU cuando estudiaba en España, Luis Mardones Sevilla, reconvertido entonces a UCDero y luego a nacionalero, para exigirle la retirada de las fuerzas policiales del recinto universitario. Mardones accedió y esa retirada calmó los ánimos y los estudiantes, pasado ya el mediodía se iban, lentamente, retirando a sus domicilios en la ciudad.

El asesinato

Javier Fernández Quesada, sus hermanos Carlos y Ricardo y otros muchos estudiantes vieron llegar un par de jeeps de la Guardia Civil española del que se bajaron una media docena de guardias que, armas en mano, entraban por el lado del polideportivo hacia la explanada delantera del edificio, pero como, desde que los antidisturbios abandonaron el Campus, había una aparente calma que solo algunos gritos rompían, decidieron irse a sus domicilios.

Sé que, al ver a la Guardia Civil por la calle Candelaria dirigirse hacia la entrada del Campus, el Rector volvió a llamar urgente a Mardones Sevilla. El gobernador español le contestó que la Guardia Civil solo estaba por allí para proteger la circulación, para lo que también estaban los trabajadores de Obras Públicas que arreglaban los desconchones de la calle. Javier, con una docena de compañeros, salió del vestíbulo por la puerta principal, bajando la escalera, para dirigirse hacia el piso de estudiantes que tenía alquilado en la calle Viana junto a su hermano Carlos que ya se había marchado. Se formó un revuelo cuando sonaron disparos y los asustados estudiantes vieron como los guardias, que entraban por el lateral del Colegio Mayor,  corrían hacia el edificio con sus metralletas y sus pistolas en ristre.

Yo mismo, que estaba por la barricada de Delgado Barreto oí los tiros pero, como la mayoría, pensé que, como otras veces, eran balas de fogueo o pelotas de goma. Los que estaban en la puerta o en la escalera echaron a correr en todas direcciones al ver como la balacera era real, que la Guardia Civil, al mando de un sargento que vociferaba órdenes, disparaban indiscriminadamente en todas direcciones. Las balas impactaban en la fachada universitaria haciendo saltar pedazos de piedra y en la del Colegio Mayor San Fernando levantando desconchones.

Los que estaban aún en la azotea del edificio central y hostigaban a la policía vieron como las balas impactaban a su alrededor y se echaron todos al suelo. El grupo que quedaba muy cerca mío, en los alrededores de la Librería Tinerfeña, echó a correr despavorido sintiendo silbar las balas mientras, yo mismo y otros compañeros del Sindicato, nos tirábamos al suelo y hasta los que estaban por la calle lateral que daba a la Escuela de Magisterio vieron como los del tricornio dirigían hacia ellos sus disparos.

Los compañeros de la CCT, que estaban por allí con Miguel Ángel Díaz Palarea, me aseguraban que oyeron al sargento gritar que había que dar un escarmiento a los niñatos peludos y a los cabrones comunistas que están ahí alborotando y jodiendo la paciencia. Vimos como unos tres o cuatro guardias en tropel subían las escaleras disparando a diestro y siniestro y uno de ellos, el más adelantado, feo, flaco y tacho, con cara de pibe, desde el inicio del segundo tramo, con la pistola cogida con las dos manos como los pistoleros de las películas gringas, disparó a los que huían de la balacera. A Javier Fernández Quesada, que retrocedía agachado para refugiarse en el edificio, llegando casi a los últimos escalones, pareció que alguien o algo lo impulsara y, en una extraña cabriola cayó de bruces al suelo en medio de estertores agónicos.

La sangre de Javier se extendía como un reguero por la fría piedra del escalón. Entre unos cuantos compañeros, casi a rastras y jugándose el pellejo ante las balas que seguían disparando los endemoniados del tricornio, desde el suelo, para no ser alcanzados por los tiros que seguían arrasando el lugar, arrastraron a duras penas a Javier, que tenía los ojos en blanco y emitía estertores angustiosos, unos metros dentro del vestíbulo. Había varios estudiantes de medicina, entre ellos Román Rodríguez. Uno de los estudiantes, con un jersey de lana blanco, le desabrochó la camisa y apareció la tremenda herida a la altura del esternón. Comenzó a darle masaje cardiaco y hacerle la respiración boca a boca, pero el disparo homicida le había perforado el corazón y los esfuerzos fueron inútiles. Otro estudiante de medicina que estaba al lado le dijo “Déjalo ya descansar. Estos hijos de puta lo han asesinado. Nada podemos hacer”. El del jersey blanco, ahora enrojecido por la sangre joven de Javier, lloraba. Otro gritaba “¡Asesinos, Asesinos! ¡Paren ya hijos de puta, fascistas, cabrones!¡Parecen perros rabiosos!”

Desde el Colegio Mayor seguían los gritos y los insultos a los asesinos del tricornio, gritos que también quisieron acallar al tiro limpio. Un estudiante de 1º de Farmacia, Fernando Jaesuría Martín fue alcanzado por una bala en un hombro. La balacera seguía en todas direcciones y, en el patio de la Escuela Aneja a la Normal, el niño de 13 años Nicolás Lezcano Lezcano recibe también un balazo.

Un estudiante, con una bandera blanca en la mano, trata de salir del Hall para pedir ayuda pero tiene que refugiarse tras la gruesa columna al ver cómo le disparaban. Desde allí, escondido de los cachos de piedra que saltaban por los impactos, seguía agitando el trapo blanco. Un profesor y otros alumnos, agitando pañuelos blancos, se asomaban como podían al portalón gritando que dentro había un herido y pidiendo socorro. Uno de los estudiantes, echándole valor en medio de los tiros, bajó las escaleras con los brazos en alto pidiendo socorro. Al llegar a los guardias civiles lo reciben a patadas, culatazos y tortazos y lo arrinconan, junto a otro pobre que tenían contra la piedra, sin hacer puñetero caso a sus ruegos y peticiones de ayuda. La balacera sigue hasta que alguien llama a la emisora de los que quedan al pie del Land Rover. Los gritos y las órdenes crispadas se oyen desde la escalera y desde el San Fernando pero, al final, se para la balacera y se permite bajar el cadáver.

A Javier, cubierto de sangre, se lo arrebatan los guardias a los estudiantes que, casi con mimo, trataban de bajarlo, lo meten en el jeep y, sus propios asesinos, se lo llevan, al Hospital. Los médicos, aterrados, solo pueden testificar su muerte. Eran las tres y media de esa aciaga tarde del 12 de diciembre. Algunos trabajadores y estudiantes se acercaron a los criminales con casquillos aún calientes en las manos preguntándoles agresivamente “¿Estos eran los de las balas de fogueo?”. Los picoletos se los arrancaron de las manos y, de malas maneras, a empujones y golpes, los echaban gritándoles “¡Fuera de aquí rojos de mierda!”. Los manifestantes se retiraban a los gritos de ¡fascistas! ¡asesinos!

La noticia corre como la pólvora, primero por Aguere, luego por todo Tenerife y, por la tarde la conmoción se apodera de Gran Canaria y de toda Canarias. El hall, en el lugar justo donde murió Javier, se cubrió rápidamente de velas encendidas y flores.

A Carlos Fernández Quesada, que había salido corriendo hacia su casa al oír los tiros y ver que eran reales, le extrañaba que Javier no hubiera regresado aún por lo que volvió, a eso de las cuatro,  de nuevo al hall. Al llegar vio a Ricardo y a otros compañeros. Preguntó por Javier pero no lo habían visto. Se estaba empezando una Asamblea convocada de urgencia por la actuación criminal de la Guardia Civil española. Se decía que habían disparado a diestro y siniestro, se enseñaban los desconches. Un miembro de la CCT colocaba, en el lugar mortal una bandera nacional tricolor con siete estrellas verdes e informaba que los picoletos se habían llevado al Hospital a un estudiante muy grave aunque no estaba seguro de que hubiera muerto. La indignación, la pena y la impotencia eran enormes Al parecer se llamaba Javier.

Sin estar seguros de que se tratara de su hermano, Carlos y Ricardo corrieron hacia la Comisaría de Policía de La Laguna. Los policías los pararon en la puerta, nerviosos, y al explicarle Carlos que eran hermanos de Javier Fernández Quesada los hicieron pasar para hablar directamente con el comisario. El hombre, visiblemente nervioso, trataba de explicar que ellos no habían tenido nada que ver con la muerte del estudiante por quién preguntaban. Según el comisario, la Policía se había retirado y allí, en el momento del suceso, por orden del Gobernador,  solo estaba la Guardia Civil a la que, tal vez, se les había ido la mano y causado algún “accidente” pero solo sabían que el nombre del muerto era “un tal Javier” por lo que dijeron los compañeros interrogados. Para identificar el cadáver subieron a los dos hermanos a un jeep antidisturbios, acompañados de varios agentes, y los llevaron al cementerio lagunero. Al llegar ya estábamos congregados en los alrededores bastantes manifestantes, todos en un tenso silencio, frente a las filas de policías que protegían el recinto. Entraron los dos hermanos con la policía al mortuorio y, solo empezar a levantar la sabana que lo cubría, supieron la terrible verdad. El asesinado era Javier Fernández Quesada.

Dolor y rabia

Nervios, llantos, rabia. Todos  sentíamos lo mismo. Carlos llamaba por teléfono a sus padres a Las Palmas. Su madre, Dolores, había oído por la televisión los sucesos de La Laguna. Hablaban de un muerto pero no daban el nombre. Llegó su otro hijo Luis de trabajar que ya traía la noticia y todo fue dolor, confusión y negrura. El padre, Ezequiel, un honrado trabajador, persona de orden que, incluso, apoyaba la Alianza Popular de Fraga, entró gritando a la casa “¡Me lo han matado! ¡Le han pegado un tiro en el corazón!”. La casa se llenó de gente. Una tía de Javier, Chemi –su mejor amigo-, empleados de la zapatería, vecinos….todos compartiendo indignación y llanto. Uno de los presentes se dirige a Dolores diciéndole que la llamaban desde una radio española para que hablara con el Rey de España que estaba en directo. Dolores dijo que no quería porque ¿Qué le iba a hacer ahora el Rey?

De Gando a Los Rodeos fue una pesadilla de amargura. Carlos y Ricardo los estaban esperando con muchos compañeros, con algunas pancartas y banderas, que intentaban dar ánimos y acompañar a los padres que llegaban. Justo cuando la familia salía del avión y caminaban hacia la terminal, cargó brutalmente la policía contra los manifestantes. Doña Dolores Quesada gritaba “Por Dios, no me maten más hijos” mientras  trataba de sujetar a su esposo que quería enfrentarse a los que repartían porrazos a diestro y siniestro. A duras penas salieron del aeropuerto y, de allí, al mortuorio de La Laguna donde estaba el velatorio. Dentro solo la familia y los más allegados. Fuera, la Policía antidisturbios bloqueaba todos los accesos al cementerio a los muchos  que queríamos acompañar a Javier.

El gobierno civil emitió una nota oficial que nos cabreó bastante. Según Mardones Sevilla, los hechos ocurrieron después de que “elementos agresores ocuparan los terrenos de la ULL y las vías aledañas” arrojando piedras a la Policía Armada, “pinchando las ruedas de un camión cisterna con gran peligro de incendio y explosión” y que, cuando a las tres de la tarde el destacamento de Policía Armada abandonó la zona “un grupo considerable de individuos se dirigió agresivamente hacia la zona en que estaban las fuerzas de la Guardia Civil, las que, al ser agredidas y para disolver a los atacantes, efectuaron disparos al aire estando situadas en la zona inmediata a la Universidad,. Entre su recinto y la autopista, y sobre la carretera inmediata de servicio” Sin relacionar para nada los disparos “al aire” y la muerte de Javier la nota del cínico Mardones se limita a dar constancia de que “sobre las 15.30 se comunicó al Gobierno Civil que una persona había resultado herida de bala en la Universidad” y  que “las fuerzas de la Guardia Civil lo trasladaron al hospital general donde ingresó cadáver”

En la Universidad se convocó una Asamblea permanente que congregó a estudiantes, sindicalistas y militantes de diversas organizaciones independentistas y de izquierdas. Allí estaban también compañeros del PTC y del PCC(p) que habían llegado de Gran Canaria a reunirse con nosotros Echábamos en cara a la gente del PCE que, aún condenando la “actuación desmedida de las fuerzas del orden” -frase en la que coincidían con los del también ausente PSOE- arremetieron en un comunicado contra “la actuación de los piquetes y los líderes responsables que solo buscan crear un clima de terror y desestabilizar las islas”, línea de conducta también de los sindicatos españoles UGT y CCOO. Hubo, de todas formas, militantes aislados del PCE que se unieron a las manifestaciones de ese día como Wladimiro  Rodríguez Brito, profesor con el que hablé en la Asamblea, pero fueron la excepción.

A eso de las tres de la mañana se tuvo noticias de que desde un coche se había disparado contra un jeep de la Guardia Civil en la carretera general Santa Cruz-Laguna y que desde otro se habían disparado tiros de escopeta contra su cuartel de Taco, en ambos casos sin heridos. El gobierno ordenó la retirada de las calles de La Laguna y Santa Cruz de la Guardia Civil para evitar estas situaciones. No puede extrañar que a los que estábamos por allí dentro nos alegró que, al menos, alguien intentara responder a los asesinos de Javier con su propia moneda.

En La Laguna esa noche poca gente concilió el sueño. Toda la tarde fue de algaradas en las calles que continuaron con la noche. La Avenida de la Trinidad ocupada por la policía española que arrancaba los crespones negros de los coches que los colgaban de las antenas, golpeaba inmisericorde a cualquiera,  incluso a una mujer embarazada por llevar un crespón negro en la chaqueta. De Córdoba llegaron por avión, en plena noche, dos compañías de antidisturbios para reforzar a los efectivos que ya tenían en Tenerife. Totalizaron entre Tenerife  (600) y Las Palmas (300) más de 900 policías con una actuación propia de una tropa de invasión.

La represión

El día 13 amaneció con el cielo gris de La Laguna en invierno y alguna garuja ocasional. El rector ordenó el cierre de la Universidad pero el estudiantado y los sindicatos forzaron la puerta y abrieron para celebrar Asambleas. Allí supimos que la Universidad Complutense de Madrid, la de Barcelona y la Autónoma de Bilbao habían declarado día de luto y suspendidas las actividades, aunque el Ministro de Educación y Ciencia español, el UCDero Iñigo Cavero, que era incluso barón de no sé qué, decía que el suceso era “enormemente triste” pero que no afectaba a la universidad porque se trataba de un “tema de orden público”. Se convocó una huelga general que rechazaron UGT y CCOO y se formaron piquetes para recorrer La Laguna. Los comercios cerraban sus puertas y los enfrentamientos se producían en todos los alrededores de la Universidad durante todo el día y hasta bien entrada la noche, con numerosos saltos y barricadas. Nos llegó la noticia de que habían disparado perdigones a los miembros de la Policía Armada de guardia en un centro comercial de Santa Cruz.

A media mañana llegaron a Los Rodeos dos nuevos aviones con más refuerzos policiales y la represión convirtió a La Laguna en una “ciudad sitiada” -como titulaba su crónica “El Día”- por las fuerzas de ocupación. Si por las calles semidesiertas caminaba un grupo de tres o cuatro personas el grupo era inmediatamente disuelto a golpes y gritos de “Disuélvanse moros cabrones”. Si alguien pasaba con un crespón negro se lo arrancaban y se lo hacían comer y si lo llevaba en el coche, además de romper la antena le pedían documentación y le daban un par de patadas al conductor y a la chapa. A los comercios que habían cerrado, unos de motu propia y otros a petición de los piquetes, los antidisturbios llegados de España, a los que se distinguía por el pañuelito encarnado que llevaban al cuello, les rompían a culatazos las cristaleras. Disparaban pelotas de goma a cualquiera que les pareciera y a las ventanas o balcones que estuvieran abiertos, especialmente por la zona de La Trinidad y Heraclio Sánchez, aunque algunos vecinos, indignados, respondían tirándoles macetas desde los balcones. A nadie se respetó. Al catedrático de Química Técnica de la ULL, Fernando Camacho, le dispararon un bote de humo a través de su balcón en La Trinidad. Si veían a cualquier persona con una cámara de fotos lo convertían en un objetivo a atacar, como les sucedió a los fotógrafos de prensa del Diario de Avisos y Europa Press Alberto Miranda y Enrique Serrano, a los que la Policía Armada, pañuelito encarnado al cuello, pidieron a golpes las credenciales y el DNI y, cuando lo tuvieron, se los hicieron meter en la boca   con golpes que a Serrano el carnet le cortó los labios y, gritándoles en medio de insultos, “A ver si ahora seguís sacando fotos, cabrones” les rompieron las máquinas fotográficas.

No fue una actuación espontánea. Fue, no solo premeditada, sino perfectamente diseñada para causar terror a la población y machacar al creciente movimiento independentista canario. El delegado de Seguridad en Canarias, Claudio Ramos, justificaba así la intervención de los antidisturbios españoles:”Los grupos antidisturbios pudieron haber causado molestias a la población al llevar a cabo su misión de reprimir de inmediato cualquier violación del orden. Las sicologías son diversas y las de la gente antidisturbio asume que cuando hay un crespón negro en un automóvil, desde ese automóvil puede venirle un ataque. Por eso se muestra más duro con tal objetivo”

El sepelio

Chiclijo decidió volver a Las Palmas para el entierro y dejó una Laguna sumida en el pánico, desierta y dolorida, con la Universidad cerrada hasta después de las Navidades, que tardó más de una semana en comenzar a normalizar su existencia. Verdaderamente repulsivo le resultó  conocer que el Ayuntamiento lagunero cediera sus instalaciones deportivas para que los matones del pañuelito encarnado, antes de regresar a sus bases en España, patrocinados por el Ayuntamiento, hicieran una exhibición de sus criminales habilidades

A la una de la tarde, con un despliegue enorme de fuerzas represivas, el cadáver de Javier, con su familia, fue trasladado a Los Rodeos y de allí, en un fokker F-27 de Aviaco a Gando. El traslado se hizo casi en secreto pero, aún así, en Gando muchos compañeros esperaban con pancartas exigiendo justicia y agitando sus banderas. De Gando fue llevado a Las Palmas, a su domicilio en Triana y, a las cinco de la tarde, a pesar de que no hubo notas de prensa de la hora del entierro, Radio Las Palmas la comunicaba y un gentío estaba reunido por toda la calle y los alrededores para acompañar al féretro, portado a hombros por familiares y amigos bajo la intensa lluvia hasta San Telmo para la misa corpore insepulto, con la policía municipal parando el tráfico para que pasara. En la fachada de la ermita, una enorme pintada pedía “No más disparos al aire”. Las autoridades intentaron que el sepelio se hiciera en la intimidad familiar pero Ezequiel Fernández, su padre, no lo permitió y más de 2.000 personas –ninguna autoridad ni parlamentario- estuvieron arropando la última despedida, bajo la lluvia que caía, como si estuviera llorando el cielo grancanario por el asesinato del joven Javier.

La familia quedó, además de traumatizada, aterrorizada. Recibían llamadas telefónicas amenazadoras, recordándoles que tenían más hijos, interviniendo sus teléfonos durante más de un año, incluso le dieron una paliza a otro hijo en una manifestación en San Telmo, todo para lograr que, atemorizados, emitieran un comunicado agradeciendo la solidaridad que habían experimentado pero pidiendo que se cesara en las manifestaciones y actos que pudieran implicar violencia.

Manuel Chiclijo, siempre recordando aquellos hechos, frente a su propia imagen en el espejo revivía aquel día luctuoso en que llegó a Las Palmas a tiempo para el adiós a Javier. Veía en su mente, con la nitidez de una película, la manifestación que, al finalizar la misa, recorría las calles de Las Palmas, con banderas canarias con crespones negros, gritos pidiendo la dimisión del gobernador de Tenerife y del Ministro del Interior español, Martín Villa y pancartas exigiendo justicia. Recordaba también las cargas que la Policía Armada dio contra los manifestantes y a los compañeros enfrentándose a los grises.

Militancia

Recordó en ese momento Chiclijo la conversa que tuvo con Teodoro Santana, militante entonces del PCC(p), militancia que compartía, el año anterior a su asesinato, con Javier en una célula de formación del partido y, soliloquiando, reproducía la conversa:  “Nos reuníamos en casa de un primo suyo, Lito, en el Paseo de Madrid. Además de Javier, Lito y yo, participaban Paco Saavedra y Paco Hernández, un camarada argentino que dirigía la célula. Por esa época Javier estaba haciendo la mili, por lo que tenía que andar con especial cuidado. ” Pensaba también Chiclijo ¿Por qué carajo quieren quitarle a Javier su carácter de militante, de joven concienciado e interesado en el futuro de su patria? ¿Quieren dar una imagen de joven apolítico, robándole así parte de su sentido vital? ¿Porqué determinada izquierda española pretende siempre minimizar o hurtar las luchas que hemos llevado a cabo los independentistas?

Rememoró una publicación en ‘La Opinión’ de Daniel Millet y Octavio Hernández en que rebatían la reiterada opinión interesada de un Javier apolítico, muerto sin causa, sino por la pura casualidad de encontrarse con  una bala volante que pasaba por allí. Buscó la foto y el recorte que mostraba el reverso de puño y letra del propio Javier, y lo leyó para sí mismo, emocionado, en alta voz: “Si ustedes supieran la cantidad de proyectos, ideas y nuevas visiones de “la gente” sobre Canarias por supuesto libre e independiente…Todos estamos ganando confianza en un futuro cada vez más cercano para Canarias. Hay muchas cosas que debemos hacer perdurar pues son vestigios únicos de otras épocas de la humanidad. Canarias mañana, quizás, será autogestionaria”

Siguió el soliloquio Chiclijo recordando con amargura las ocultaciones, trabas e impedimentos desde que el juzgado lagunero entendió que la Guardia Civil era la responsable de la muerte y pasó el caso a la jurisdicción militar. Se sucedieron las Comisiones de Investigación parlamentaria a la que los militares no hicieron puñetero caso, desde el General Jefe de la 1ª Zona de la Guardia Civil Guillermo Gutiérrez García, el Teniente Coronel de la 151º Comandancia, Antonio Encinar Cueto, responsable directo de los asesinos, y otros responsables policiales como Manuel Palau o Manuel González. Los citaban de la Comisión  en sede parlamentaria española y se negaban a comparecer y pedían se les remitieran las preguntas por escrito para contestarlas luego por correo certificado, respuestas e investigaciones que nunca se llegaron a conocer si es que se hicieron y que permanecen “desaparecidas”. Unía a esas incomparecencias la posición abyecta de Luis Mardones intentando dar a entender que el disparo procedía de la propia Universidad de “elementos incontrolados”……Era tanta la rabia que no podía pensar con claridad. Rebuscó papeles y sacó una copia que había bajado de Internet de ‘Rebelión’ de noviembre del 2006 con el relato de Daniel Millet y Octavio Hernández, titulado ‘Fernández Quesada: Caso Abierto’ y otros escritos sobre la fracasada Comisión Parlamentaria y sus tomaduras de pelo y se enfrascó en su lectura, quedándose poco a poco dormido abrumado por sus recuerdos, pensando: Mañana los miraré.

(*) Articulista y ex secretario general de Frepic Awañak