Sociedad cerrada

Ángel Rafael Lombardi Boscán (*)

Hay un libro de Karl Popper (1902-1994): ‘La Sociedad abierta y sus enemigos’ (1945) que explica muy bien la actual deriva de la sociedad venezolana. Una vez más, atónita, por los “resultados electorales” en la más reciente elección de alcaldes a nivel nacional y por la gobernación del Estado Zulia.

El régimen terminó por banalizar las elecciones. Y al igual que en la República Democrática Alemana, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y Cuba se hacen elecciones amañadas. La República Bolivariana de Venezuela desde hace un buen tiempo dejó de ser una democracia para convertirse en un sistema autoritario de libertades restringidas.

El discurso alrededor de lo popular y la simbología mitológica son encubridores de un autoritarismo ya sin disimulos. ¿Cómo es posible esto en pleno siglo XXI? Muy sencillo: el poder está sostenido por la fuerza y no por la racionalidad de una política moderna. El desmantelamiento institucional ha sido progresivo y represivo.

Cuando el PSUV aún tenía apoyo popular ganaban con facilidad unas elecciones de corte populista porque la clientela de votantes estaba satisfecha con las prebendas recibidas. Luego, que el botín mermó y se perdió la Asamblea Nacional el 6D del 2015, el régimen suspendió todas las elecciones a lo bravo. Luego tuvo que enfrentar por más de cuatro meses una protesta civil de calle que casi le derrumba. Aunque faltó el punto de quiebre final.

La oposición alrededor de la MUD sólo consideró de forma exclusiva la vía electoral como consecuencia del satisfactorio triunfo del 6D en el 2015. El régimen tomó respiro retomando la vía electoral aunque desechando los votos y atizando las rivalidades entre los principales líderes de la MUD. Estos, lamentablemente, cayeron en la trampa sin tomar las más mínimas previsiones para garantizar un juego limpio y resguardar la buena fe de sus votantes, por cierto, la inmensa mayoría de los venezolanos. Privó el canibalismo político y los liderazgos de quincallería.

El régimen se cerró. Ya no le interesa aparentar la vigencia de una: “República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras generaciones; asegure el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la justicia social y a la igualdad sin discriminación ni subordinación alguna”. La Constitución vigente es letra muerta.

Con elecciones futuras éste régimen no permitirá compartir el poder, y mucho menos la alternabilidad. Hay un solo propósito: la permanencia ad infinitum. Y para ello se garantizan el uso proporcional e indiscriminado, según sean las situaciones, del monopolio de la violencia. La uniformidad de pensamiento es lo que caracteriza a la sociedad cerrada junto a la despersonalización del individuo hasta convertirlo en objeto/instrumento de la voluntad del poder que aplasta.

¿Qué hacer? Sólo nos salvará lo inesperado. O la huida del país para quienes puedan hacerlo. Los que nos quedamos nos toca resistir sin perder los ánimos. Y procurar desarrollar estrategias de supervivencia y confiar que la pericia del régimen para destruir los ámbitos de la sociedad abierta de la que provenimos sea ineficaz para mantener en el tiempo un reinado desde las ruinas y la brutalidad.

(*) Director del centro de estudios históricos ‘Luz’