El teatro Timanfaya cierra sus puertas: carta de despedida desde el Puerto de la Cruz

Mónica Lorenzo (*)

Tras casi siete años de empezar la aventura del Teatro Timanfaya, me veo obligada a ponerle una fecha de finalización, ya que este espacio cerrará sus puertas el próximo 1 de enero de 2018.

Ha sido un camino duro, pero también satisfactorio. He sucumbido al desaliento, la apatía, la desilusión y he vuelto a sobreponerme, porque pienso que todo se supera con compromiso, constancia, creatividad, amor a lo que haces y que las cosas son posibles si somos capaces de despertar el interés y la ilusión. Pero la realidad no siempre sigue esos criterios y a pesar de que deseo creer en un horizonte utópico y que he intentado ahuyentar el derrotismo con todos los recursos a mi alcance, no puedo seguir luchando contra una realidad que impide que las puertas del Timanfaya sigan abiertas.

Los factores que me han abocado a tomar esta decisión son varios. El primero y principal es el no producir los suficientes recursos económicos para hacer frente mensualmente a los gastos que suponen el mantenimiento del teatro. Esta situación produce una deuda que aumenta constantemente y que cada día que pasa es más difícil de asumir.

Hay que partir de la base de que el teatro posee un aforo de 200 butacas, que las entradas son muy económicas y que no siempre se llena, así que cubrir los gastos es muy complicado. Además, el Timanfaya no cuenta con un equipo de trabajo capaz de asumir funciones y actividades que se puedan compatibilizar con la programación regular. De hecho, todas las tareas que demanda la gestión del teatro recaen exclusivamente en mí, así que veces me es prácticamente imposible afrontarlas en su totalidad y quedan sin cubrir aspectos y ámbitos diversos.

Otro factor determinante en mi decisión está relacionado con una reciente dinámica de la sociedad actual que, inmersa en su universo virtual, ha cambiado sus hábitos y ha dejado de asistir regularmente a actos culturales. La creación de un hábito cultural, tan necesario y que es prácticamente inexistente en las islas, no puede ser responsabilidad de los pequeños empresarios y artistas. Son las políticas culturales, más preocupadas en la actualidad en crear marca a través de grandes eventos y festivales, las que deben comprometerse en desarrollar procesos y actividades dotadas de contenido que generen un poso cultural capaz de crear hábito y gusto por la cultura.

Por otra parte, es cierto que la decisión de montar un teatro en esta ciudad, que había sobrevivido durante años sin tenerlo, es exclusivamente mía, así que no puedo exigir la implicación de las instituciones municipales en un proyecto que nadie había demandado. También es verdad que existen muy pocos teatros como el Timanfaya, intentando mantenerse sin ningún tipo de ayuda. A mi juicio, es una pena que el carácter privado del teatro no haya sido aprovechado por las instituciones locales para cubrir las necesidades socioculturales del municipio a un coste muy inferior al que supone contar con un espacio propio. El teatro es una herramienta poderosísima, socialmente aprovechable para crear acción colectiva, promover el protagonismo de las personas que lo practican, fomentar el aprendizaje colectivo y transformar la realidad.

Las buenas intenciones y declaraciones de intenciones por parte de las instituciones públicas locales, si no están acompañadas de acciones, difícilmente sirven para mantener un espacio que integra a diferentes ámbitos poblacionales del municipio y del Valle. El Timanfaya ha sido y es una institución cercana, abierta y sensible a inquietudes sociales en la que se ven reflejados diversidad de grupos e individuos: infancia, jubilados, jóvenes, mujeres, personas con diversidad funcional, extranjeros residentes, etc. Todos ellos, amparados por este teatro, han sido capaces de formar grupos heterogéneos y trabajar en torno a intereses comunes. Además, el Timanfaya también ha canalizado y vertebrado las inquietudes de colectivos culturales y sociales del municipio como la Coral Reyes Bartlett, Atlantic Jazz Labb o Asmipuerto, por citar algunos.

No quiero dejar de mencionar que el Cabildo de Tenerife es la única institución pública que ha colaborado desde el principio con el Timanfaya, primero con un patrocinio desde Ideco SA y en estos dos últimos años, desde la dirección insular de Cultura, Educación y Unidades Artísticas con una subvención. Si bien es cierto que agradezco profundamente dicha subvención, lo cierto es que deja poco margen de maniobrabilidad, pues se resuelve tarde y mal. Es una ayuda que no sirve para afrontar los costes que genera diariamente la puesta en marcha de la programación porque los gastos contraídos ya se han generado y han ido incrementado la deuda.

También quiero destacar que gracias a las nuevas políticas culturales de José Luis Rivero, responsable de la dirección insular de Cultura, Educación y Unidades Artísticas del Cabildo de Tenerife, se están articulando acciones muy interesantes y necesarias para el desarrollo del tejido cultural de la isla. En este sentido, el Timanfaya ha podido incorporarse a la Red de Espacios Escénicos. Sin embargo, después de evaluar el primer año, y a pesar que nos resulta apasionante participar en nuevos retos y proyectos, no contamos con una estructura lo suficientemente sana y competente para afrontar el reto que conlleva continuar en proyectos que aún están en proceso de desarrollo. Después de casi siete años intentando mantener este teatro sola y con ayuda de colaboradores puntuales, puedo afirmar que es imposible para el Timanfaya asumir esa responsabilidad si queremos hacerlo bien.

No es la primera que me enfrento a esta situación. El cierre del Timanfaya se presentaba como una amenaza posible, pero siempre surgía un nuevo proyecto, una idea que me ilusionaba y me animaba a seguir, convencida de que algo iba a cambiar. Sin embargo, y a pesar de que han ocurrido cosas, incluso de que se han producido cambios favorables que nos ha permitido ir evolucionando a pasos cortos pero claros, han sido casi siete años en los que no hemos podido remontar económicamente. Y eso a pesar de que hay aspectos del Timanfaya que marchan muy bien y que son ilusionantes, como la escuela de teatro, que se nutre de tres grupos de adultos, uno de teatro musical y otro de niños. Mención especial merece el grupo de diversidad funcional, con el que trabajamos una vez a la semana y con el que se han logrado importantes avances.

A estas alturas no tengo más alternativa que encarar la realidad que he venido esquivando con todas mis fuerzas y gracias al apoyo de los incondicionales del Timanfaya, siempre animándome a seguir y a los que no quería dejar huérfanos y sin espacio. Pero por más malabarismos que he intentado hacer, los números no dan. El proyecto no se sostiene en las condiciones actuales y ni siquiera puedo cubrir el sueldo de los profesores de la Escuela. La pena es muy grande, porque se trata de una decisión que afecta directamente a un grupo de personas que participaban activamente en este espacio, ya sean alumnos, profesores, público, artistas, técnicos o diseñadores.

Ahora sólo me queda dar las gracias a los que han confiado desde el principio en este proyecto, que han sido muchos y por tanto, difíciles de enumerar sin dejar a nadie atrás.

A todas y todos, Gracias, y aunque el Teatro Timanfaya cierre, estoy segura de que los lazos que hemos forjado en este espacio nos animarán a seguir encontrándonos y creando en otros lugares.

(*) Directora del teatro Timanfaya