Diario de un viaje: Nepal entre terremotos y monzones

Rafael Lutzardo (*)

Nadie podrá comprender la verdadera realidad de una misión humanitaria a un país tercer mundista si nunca ha estado allí. Yo tuve la suerte de poder vivir una gran e inolvidable experiencia en el 2015 con motivo de los dos grandes terremotos acaecidos en Nepal. Y digo suerte, porque en mi vida hubo un ante y después, tras vivir directamente la terrible tragedia de un país, donde los aldeanos viven del arroz y maíz y del pastoreo; teniendo como escenario de supervivencia las montañas. En la actualidad, en el 2017, Nepal ha vuelto a ser sorprendido por los terribles monzones. Es como comenzar de nuevo en los proyectos realizados anteriormente, ya que una gran parte del país ha quedado bastante afectado y con muchas víctimas.

Aunque en aquella ocasión, en el 2015, dejé la mayor parte de mi equipaje en las aldeas de Sipty y Kabilask, traje conmigo las botas con las que caminé y escalé las montañas que están familiarizadas las faldas del Himalaya. La aventura o experiencia vivida como voluntario de una misión voluntaria no hubiese sido posible si Cooperación Internacional Dona Vida no me hubiese dado la oportunidad de viajar el día 4 de octubre de 2015 con un gran equipo humano y profesional formado por: tres médicos; Carmen Martínez Magaña, Cristina Durán Fuentes y Teresa Díaz Roger; una masajista, May Ibáñez Ruiz; un periodista, Rafael Lutzardo Hernández; el presidente de la ONG, Germán Domínguez Naranjo, y un enfermero, Julián Mariana.

No oculto que estaba ansioso por conocer Nepal, su ciudad de Katmandú, sus templos, sus aldeas y montañas, pero sobre todo con muchas ganas e ilusión por ayudar a los más necesitados. El viaje resultó largo y duro, desde que salimos desde Gran Canarias, pasando por Madrid, llegar a Dubai, Katmandú y Dangadhi. Mi primera impresión desde las alturas de un avión de los emiratos árabes, fue impactante. Lo primero que observé fueron las montañas de Nepal arrastrando surcos de aguas engendradas por las arterias de las montañas majestuosas del Himalaya. Una vez que aterrizamos en el pequeño aeropuerto de Katmandú, de difícil acceso, recogimos nuestros respectivos equipajes, que no fueron poco, especialmente cargados de medicinas.

Cuando llegamos a Katmandú todavía estaba la ciudad y gran parte del interior en fase de reconstrucción, pero antes ya habían desenterrados  a los muertos. Ahora tocaba la campaña de sensibilización, donde tenía que actuar Cooperación Internacional Dona Vida. Era el momento de estar más todos más unidos que nunca. Sobre todo, mantener el espíritu vivo para poder rendir a un nivel muy alto ante las dificultades, emociones y presión a las que nos íbamos a encontrar. No oculto, que toda misión humanitaria en países tercer mundista tienen sus riesgos. Nosotros éramos sabedores que en cualquier momento podía ocurrir otra catástrofe sísmica en Nepal.

Reconozco que estaba embriagado por la emoción. Sin duda, mi “seguro de vida” eran mis compañeros de viaje, sobre todo de los que ya habían estado anteriormente en el país nepalí. Tengo que decir que en todo momento me sentí apoyado y protegido por todos ellos. Sin duda, es impactante ver como la mayoría de los templos budistas fueros destruidos por los terremotos; casas, árboles y calles. Pero nada comparable con los más de 9.000 muertos que fueron tragados por los escombros provocados por los terrible “tentáculos” de los dos terremotos. Al margen de los miles de heridos y de todas aquellas familias que se quedaron sin hogares. Mientras tanto, mis botas seguían pisando escenarios de total pobreza y deterioro de un país que Occidente no quiere poner sus ojos ante una dura realidad y desigualdad.  

Días más tarde, y tras visitar y ayudar al joven Niroj, decidimos viajar al interior del país a unas aldeas llamada  Sipty y Kabilash. La primera, situada en el extremo occidental del país, a la que se llega tras un vuelo en avión desde Katmandú a un lugar llamado Dangadhi. Luego, unas 20 horas en todoterreno (haciendo noche por el camino); más otras 7 horas de trekking subiendo montañas, cargando maletas de medicación y material. Siendo sincero, para mí fue muy duro, especialmente cuando comenzamos a subir por las montañas hijas del Himalaya; pero no si antes cruzar por unos puentes movibles de acero, haciéndome un pequeño corte en unos de los dedos de mi mano al agarrarme en unos de sus lados, ante  el miedo a lo desconocido. Incluso, en el regreso, me puse de rodillas cuando ya había caminado más de la mitad del puente, motivado por un vértigo escénico.

De camino a Sipyi, allí estaban mis compañeros y amigos de viajes, con el objetivo de ayudarme. Cada minuto que pasaba, mis botas se hacían más pesadas ante las numerosas y pequeñas piedras abrigadas por una fina tierra que impregnaban los senderos de las montañas que llevaban a Sipty. Una vez que llegamos a la aldea de Sipty, no si antes ver hermosos y profundos valles, rodeados de manantiales naturales, una comitiva de la aldea nos recibió con cánticos al ritmo de platillos y tambores, ataviadas con sus trajes tradicionales. Llegué exhausto, roto. Tras un acto protocolario, me retiré si ganas de comer nada.   

Durante los 15 días  que estuvimos en la citada aldea rural el trabajo de la Organización Internacional Dona Día fue importantísimo.  La mayor parte de los habitantes son parias (descastados, dalits, intocables). Es decir, que no pertenecen a ninguna casta, lo que significa no ser nada, no tener ningún derecho. Los niños parias no tienen derecho a la enseñanza del Gobierno, siendo los propios padres, con los pocos ahorros que tienen, los que pagan a unos maestros, y, subvencionados, junto con una organización local que les ayuda un poco. Hay una escuela, pero sin luz, ni pupitres y tampoco pizarras. La única posibilidad que tienen estos niños de progresar es a través de la enseñanza.

Más tarde, y tras un regreso duro e incómodo en coche, fuimos ha Kabilash, un lugar también con mucha pobreza, pero más evolucionado que Sipty. Kabilash también sufrió las embestida de los terremotos, algunas casas quedaron resquebrajadas y una pequeña escuela. Al igual que en Sipty, Cooperación Internacional Dona Vida estuvo presente; aportando humanidad, ayuda y sentimientos. Los niños se volvían locos por un caramelo o un globo. También, por el amor y cariño que les daba el equipo de la organización humanitaria.

Viendo tanta miseria y necesidades en las aldeas donde estuvimos y actuamos, le propuse al presidente de Cooperación Internacional Dona Vida, Germán Domínguez Naranjo, la idea de introducir el gofio de Canarias en Nepal, con el objetivo de salvar vidas humanas, ante la desnutrición tan grave que tienen miles de personas. Proyecto que ya estamos intentando de consolidar. Sin duda, la gran labor realizada por la expedición de voluntarios con las que pude compartir días y noches en Nepal, resultó ser impresionante, pues no en vano no regatearon en esfuerzos para salvar vidas humanas. Supimos adaptarnos a las inclemencias del tiempo, de las comidas, horarios y situaciones desbordadas por la multitud de personas que querían ser curadas.

De regreso, en un vuelo nocturno, saliendo del aeropuerto de Katmandú,  con destino a Dubai, el avión sobrevolaba el cielo de la India, llevaba un recorrido de una hora y  treinta minutos, pero de pronto comenzó a bajar y todos los pasajeros, la mayoría nepalí, se asustaron. Aterrizamos en una base militar de la India, con el propósito de repostar, ya que cuando llegamos a Nepal, la India había puesto un bloqueo de suministro al país nepalí; por no estar de acuerdo con la nueva constitución aprobada por el señalado gobierno de Nepal. Todo quedó en un susto y felizmente pudimos llegar por la mañana a Dubai, para más tarde regresar a Madrid y desde allí a Canarias. 

(*) Periodista, escritor y cooperante internacional