Presos por nuestras propias leyes de la vida

Sin duda, vivimos en un mundo rodeado de incertidumbres; desigualdades, materialismos, terrorismos, guerras, miserias, esclavitud, riquezas y pobrezas. Vivimos adelantándonos a nuestro propio tiempo, a nuestra propia existencia en la redonda esfera terrestre. Somos hijos de la vida, conducidos por los protocolos y guiones de la ley del hombre. La evolución del conocimiento nos ha convertido en seres humanos más inteligentes, pero también más depredadores, egoístas y ambiciosos. La miseria no es inevitable. Las acciones y omisiones de los Estados junto con otros agentes económicos propician la pobreza. Cuando las políticas públicas olvidan a los más necesitados, la pobreza se transmite de generación en generación. Si no se abordan las desigualdades estructurales, de orden político, social, económico y cultural,  la pobreza se acentúa.

Las condiciones de trabajo peligrosas, la falta de alimentos nutritivos, la insalubridad de la vivienda, el acceso desigual a la justicia, la falta de potestad política y el limitado acceso a la sanidad, son algunas de las barreras que impiden a millones de personas disfrutar de sus derechos y que perpetúan su pobreza. Barreras que, lejos de desaparecer, se multiplican como consecuencia de los recortes en materias sociales por parte de los gobiernos. Medidas justificadas por la crisis económica mundial, cuyo resultado es más pobreza y más miseria. Sin embargo, ante tanta semilla humana tan despreciable y negativa, también abundan las personas de buen corazón, especialmente de las clases medias.

Se discute mucho sobre la credibilidad de las ONGs que hay repartidas por muchas partes del mundo, pero lo cierto es que gracias al trabajo que realizan muchas de esas organizaciones humanitarias, millones de personas alivian sus estómagos y salvan sus vidas. La desigualdad social es una realidad que los gobiernos del mundo no quieren ver ni reconocer, sobre todos en aquellos países más pobres. Hay quien piensa que Deberíamos deshacernos de nuestro conformismo. Y no le falta razón.  Necesitamos una sociedad más participativa, comprometida, comprensiva y solidaria. “No solo con un donativo económica resolvemos el problema”; sino  participar de forma activa en el proceso, como aportar soluciones, para crear condiciones que estimulen la cooperación de todos los ciudadanos en esta lucha de desigualdades sociales que atraviesa la  humanidad muchas veces por situaciones de intenso sufrimiento y tragedias por las carencias materiales, y sociales.

Mientras tanto, ante tanta desigualdad y discriminación, donde cada día mueren millones de personas en los países más pobres y olvidados por los ojos de Occidente, el mundo de los ricos, de aquellos países denominados como altas potencias mundiales, ondean sus banderas sintiéndose orgullosos de gastar enormes sumas económicas en armamentos bélicos, mientras que millones de niños mueren de hambre y de asistencia sanitarias. Así es nuestro mundo. Así somos tan inhumanos. Así somos una gran parte de los seres que se hacen llamar personas inteligentes. Somos presos de nuestras propias leyes de la vida, las que creamos para dividir al rico y al pobre.  

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