Los amores perdidos: novela de un vallero

Todo escritor tiene una infancia; una historia en su vida.  Algunos se preguntan: ¿por qué me hice escritor? La pregunta no es fácil, pero tiene una respuesta, especialmente cuando le preguntaron al ya desaparecido y extraordinario escritor, Gabriel Garcías Márquez. “A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor pero, en mis tiempos de estudiante, Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador de Bogotá, publicó una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada, que no se veía por ninguna parte un nuevo cuentista ni un nuevo novelista.

Y concluía afirmando que a él se le reprochaba porque en su periódico no publicaba sino firmas muy conocidas de escritores viejos, y nada de jóvenes en cambio, cuando la verdad —dijo— es que no hay jóvenes que escriban. A mí me salió entonces un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación y resolví escribir un cuento, no más por taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda, que era mi gran amigo, o al menos que después llegó a ser mi gran amigo.

Me senté y escribí el cuento, lo mandé a El Espectador. El segundo susto lo obtuve el domingo siguiente cuando abrí el periódico y a toda página estaba mi cuento con una nota donde Eduardo Zalamea Borda reconocía que se había equivocado, porque evidentemente con “ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana” o algo parecido. Entonces me dije: ¡en qué lío me he metido!” ¿Y ahora qué hago para no hacer quedar mal a Eduardo Zalamea Borda?” Seguir escribiendo, era la respuesta. Siempre tenía frente a mí el problema de los temas: estaba obligado a buscarme el cuento para poderlo escribir. Visto como fueron los comienzos de tan importante escritor del Premio Nobel de Literatura de 1982, Gabriel José de la Concordia Garcías Márquez, Sin duda, no es fácil escribir, ser escritor.

Es por ello, que me he quedado sorprendido y a la vez orgulloso, que un escritor de este comienzo de siglo XXI, nacido en nuestra tierra, caminante de la Ciudad de La Laguna y criado en Valle de Guerra, Miguel de León Jorge, autor de la extraordinaria novela: Los Amores perdidos, publicado por la importante editorial: Plaza & Janés; haya sido capaz de tener el atrevimiento, la valentía, el talento y la imaginación para escribir una novela tan llena de riqueza literaria y valores entre las familias de los pueblos de aquella España que comenzaba a reconstruirse durante muchos años a través de la dictadura  franquista. La vida, o los puentes de aquella infancia del entusiasta escritor autodidacta de los años 1956, no fueron fáciles.

 Para Miguel de León Jorge, su biografía se ciñe en los recuerdos en la ciudad de La Laguna, especialmente cuando estaba a punto de cumplir los cinco años, donde por primera vez fue consciente de su propia existencia. Recuerdos que guarda como un tesoro afectivo y sentimental de aquella infancia ante las  puertas inmensas del Teatro Leal de La Laguna, pues no en vano, fue aquel recinto cultural y artístico el que le dio la oportunidad de presenciar la primera película y a una representación teatral. Del mismo modo, Miguel de León Jorge recuerda con cariño el pueblo que fue testigo de una parte importante de su infancia como fue Valle de Guerra, en una casa rural, rodeada de plataneras, árboles y animales de corral que tenía su querida abuela.

No sé si existe el destino, las casualidades o las condenas naturales de cada hombre en la tierra. Lo cierto es, que Manuel de León Jorge gustaba de reunirse con las personas mayores, gente muy sabias avalados por la experiencia de la vida,  en aquellos caminos de tierra y de pequeños muros de piedra cuando ya la época de la sorriba comenzaba a surtir los efectos en Valle de Guerra. Para el noble escritor, vallero, ahí comenzó la necesidad de contar las historias a los niños de su edad, basadas entre la realidad y la ficción.

Sin duda, para Miguel de León, su madre ha sido la brújula de su vida; la persona que le dio amor, ternura y le hizo distinto con el resto de sus amigo del pueblo, enseñándole veinticinco, treinta o cuarenta palabras más que  las que conocían los niños de su edad. Por todo ello: Los Amores perdidos  es la historia de los jóvenes Arturo Quíner y Alejandra Minéo, de su relación imposible y de lo que tuvieron que sacrificar por ella. Y de dos familias, los Quíner y los Bernal, enemigas eternas. Y es también la historia de un pueblo canario, El Terrero, de héroes anónimos y caciques ambiciosos, donde las pasiones son arrebatadas, los secretos se desvelan entre susurros y las venganzas se cobran con sangre.

Es amigo de la soledad, no menos, de las madrugadas de sueños esquivos, las cuales le ganaron algunas partidas, por voluntad propia del escritor.  Con un pulso literario que recuerda el estilo de Gabriel García Márquez, Miguel de León narra en Los amores perdidos una fascinante historia llena de pasión y deseo, odio, venganza, amor y tragedia, en la línea de las grandes sagas familiares de la literatura. Un relato de amor y libertad, una ventana a seis décadas de la historia de España y un elenco de personales inolvidables se funden en una novela que deja huella.

Unas protagonistas femeninas inolvidables, mujeres adelantadas a su tiempo que vivirán pasiones irrefrenables y lucharán por sobreponerse al curso de la historia. Miguel de León confiesa que: “el día que tuve la noticia de que Plaza $ Jané publicaría su primera novela, quedé tan aturdido que necesité refrescarme la cara, y, al levantar la cabeza, lo encontré en el espejo, sonriéndome con malicia en el punto del infinito, donde confluían su mirada y la mía. “¿Lo ves?”, me dijo; “no has  hecho sino dar tumbos para llegar renqueando hasta aquí, donde yo te había dicho que estaba tu sitio”. 

Me había ganado la batalla final. “No me lo reproche”, pude replicarle, “mientras daba esos tumbos te he ido llenando las alforjas de historias para contar”. Quedó conforme con la respuesta. Hemos vuelto a ser una sola persona. Tal vez no alcance el tiempo para escribir otra bonita historia más.