José Segura ‘se descarta’ antes que lo descarten y se va una de las lapas ‘big’ (por fin)

Una carta para salvar el honor de quien ya no lo tiene ni lo merece. El eterno diputado, el eterno paliza y el eterno figurante deja la política, no porque no quiera, sino porque sabe que no lo quieren, que su tiempo, por fin, ya se ha acabado. 45 años mamando del bote y sin arrugarse un pelo, que perdió por otro en la guerra de Cuba. Un político nefasto, que esconde sus verdades en toneladas de papeles, vacuos, sin trascendencia, de uno que ha sabido aplicar la entropía, principio que conoce muy bien y que finalmente lo ha devorado, para alivio de muchos y tristeza de pocos, especialmente empresarios, muñidores, buscadores de favores y demás ralea pirática en la que se movía como pez en el agua, este cara dura político. Una pesadilla que se aleja del cuadro socialista, aunque desde hace años, Segura era un político quemado y poco apreciado en Madrid, donde siempre tuvo su fuerza, más la caída descendente de los que lo apoyan en Tenerife y que tiene forma de aristócrata lagunero, pero de inciertos orígenes y gran jugador de poker. Pero el nota insistió hasta el último momento, a pesar de todas estas circunstancias, más un jugoso dossier elaborado por CCOO, que deja claro a que jugaba este político nefasto, indigno e impropio. No se sabía nada de él hasta que llegó el momento de las candidaturas estatales. Empezó el baile de libros, paliques, artículos y sobre todo vender que es un intelectual soberbio y preparado al contrario que todos sus adversarios. Y el peloteo a quien pudiera ayudarlo. Iba diciendo que no quería presentarse, aunque se sentía un chaval de 71 años (dios, que pesado), y luego sus coleguitas lo proponían en las asambleas. Pero se dio cuenta que ya no mola. Que en Madrid no lo soportan y en la regional no lo considera importante para meterlo en el baile. Y siempre el dossier, el maldito dossier. El de las propiedades, el de los millones, el de los empresarios, su familia. Y ahora como un gato viejo y pesado, maúlla por última vez y manda una carta, hablando como el abuelo cebolleta. Se acabó. A casa y a olvidarse de la política y el mamoneo. Esperemos que no vaya al balneario como cuando dejó el Cabildo, que lo dejó muy tocado. Es momento de ser Pepe y no señoría José. Cuando lo sea, no lo llamará ni el tato.