La Viña del Loro, al teatro

Ya está en camino otra gran obra teatral de mi amigo y dramaturgo Cirilo Leal Mújica. Todas sus obras han tenido una repercusión importante en el sentir del pueblo canario y en el corazón de América Latina. Cada una de ellas han estado ligadas a las culturas de los pueblos; a las demandas y necesidades de las sociedades explotadas por las clases políticas, la manipulación y propaganda de los medios, las reivindicaciones de las voces andantes sin fronteras ni escaleras para ver una luz de esperanza. Ahora ha llegado el momento de universalizar esta nueva obra teatral como homenaje y reconocimiento al bodegón La Viña del Loro, un refugio y confesionario, donde cientos de personas se dieron cita para beber un vino a granel, y de paso, establecer diálogos, matar las penas y soledades de una época que tuvo luz y oscuridad.

Aquí transcribo de un anónimo un poco de historia de tan recordado lugar titulado: El bodegón La Viña del Loro y el perro borrachín. “Los que contamos ya muchos años recordamos la antigua calle Valentín Sanz y su paralela Emilio Calzadilla, en cuya esquina se hallaba, desde tiempo inmemorial, un bodegón denominado La Viña del Loro, muy popular en Santa Cruz de Tenerife, semiesquina con la importante calle de la Marina y en frente a la avenida del Duque de Santa Elena, donde pervivieron los últimos limpiabotas o limpias que existieron, profesión que ha desaparecido sin una explicación razonada mientras persisten en otros países abundantemente y no sólo de forma ambulante sino en talleres, tiendas dedicadas a tal menester.

El vino de la Viña del Loro era un vino peleón de la tierra pero que entraba por el mar, pero que pese a su acidez y grado de alcohol, o quizás por ello, tenía numerosa clientela. En la puerta de entrada había un bocoy o tonel con una llave de madera y debajo el célebre lebrillo canario de color verdoso, donde se recogían las escurrideras o goteo del cierre de la llave, siempre imperfecta, llenándose con frecuencia el lebrillo. Pero he aquí, que un perro callejero que deambulaba sin destino cierto por aquellas zonas casi portuarias (la Viña era frecuentada por numerosos portuarios y estibadores), con la permisibilidad del dueño acudía todas las tardes a la misma hora a lametear y beber el resto del vino de la escudilla, durante bastante rato, hasta que la dejaba totalmente limpia. Y seguidamente daba media vuelta y se marchaba como muy satisfecho ‘después de haber bebido’, con alguna migaja que le arrojaban los clientes calle arriba y a pesar de tener cuatro patas (y no dos como los humanos) marchaba tambaleándose y haciendo zigzags.

Este caso insólito se repetía diariamente y llegó a hacerse célebre dicho animal como un elemento más de La Viña del Loro. Y se llamaba del Loro porque también en su pórtico dando a la calle y como parte del propio anuncio o letrero había un loro verde tropical, en su correspondiente jaula, que atendía cuidadosamente el tendero y también al que los parroquianos le daban alguna pipa o migaja, que agradecía, salvo cuando era engañado que solía responder con algún picotazo e insulto. Y así ocurría y se confrontaba por múltiples personas que deambulaban por las inmediaciones y clientes del bodegón, que cuando pasaba una señora, el lorito decía ‘adiós señora’, pero cuando pasada ‘una mujer de dudosa reputación’ (como diría el profesor Hernández Rubio), una ‘buscona’, el loro a grandes voces se dirigía a ella diciendo ‘adiós puta, reputa ¿dónde vas a ligar?’.

Este hecho que se repetía cotidianamente hacía que las casas próximas dedicadas al negocio se quejaran del pobre loro que no hacía más que decir la verdad… pero cómo era inimputable y con el dueño no se atrevían pues sus chulos o amantes además eran clientes de La Viña, continuó así indefinidamente ante el asombro de propios y extraños y estas señoras de dudosa reputación, tuvieron que emigrar para otras zonas más alejadas del fiscalizador loro que además, como es sabido, puede vivir muchísimos años, con seguridad más que dichas féminas”.