Entre dos culturas: Canarias-Lisboa

Si existiesen ciudades con alma, sin lugar a duda, Lisboa sería una de ellas. No es gratuito, como anotan algunos, que Lisboa se pueda definir como un poema. No solo por su centenaria belleza arquitectónica, al lado del río Tajo que la acaricia, sino por su tradición literaria, cuna e inspiración de grandes plumas como Fernando Pessoa; Luis de Camões, Pessoa y Saramago. A esto se une la rica oferta cultural, representada no solo en los artistas de diversas disciplinas que a lo largo del año visitan a la capital lusa, sino también en su variedad de museos, castillos, iglesias y monumentos. Sinceramente, tenía gran interés de conocer Lisboa. Una ciudad emblemática que me sedujo desde el primer momento que puse mis pies el pasado día 26 de octubre de 2017, en su bendita tierra llena de historia, magia y embrujo. Viajé con un gran grupo de amigos/as del mundo de la comunicación, con el objetivo de la inauguración de la ruta directa de la aerolínea Binter Canarias con Lisboa.

Ni que decir tiene, que la organización de los responsables de comunicación de Binter Canarias; Olga Castrillón y Alberto Guanche, estuvieron a la altura de las circunstancias. Sin duda, esta nueva ruta aérea de Binter Canarias con Portugal, motiva un acercamiento más entre dos cultura, donde en otra época Portugal ejerció un poder decisivo en Canarias, no sólo por sus interven­ciones en la Conquista sino, especialmente, por la inmigración de familias portuguesas que llegaron con el establecimiento de la caña de azúcar, traída de la isla de Madeira, una vez que Pedro de Vera conquistó Gran Canaria. Fue­ron los portugueses los que especialmente trabajaron en los ingenios azucareros, que hasta mitad del siglo XVII constituyeron la base económica de las Islas.

Sin duda, la huella portuguesa perdura en muchos elementos culturales (edificios, instrumentos, etc.), pero es en el vocabulario canario lleno de portuguesismos, donde mejor se puede comprender la influencia de aquel país. Son muchas las palabras referidas a instrumentos de trabajo, a cuestiones agrícolas y pesqueras.  A veces resulta doloroso recurrir a los tópicos. Pero lo cierto es que cuando alguien se aleja de la capital portuguesa siente añoranza en el alma. Melancolía, tristeza por la pérdida de esas calles estrechas que se elevan rumbo al cielo alejándose del mar. Aunque quizás todo sea por la luz. Esa luz transparente, blanca y sutil que ha iluminado cientos de poemas escritos a primera hora del día. “Recibí el anuncio de la mañana, la poca luz fría que da un vago azul blanco al horizonte, como un beso de gratitud de las cosas.

En Lisboa todos los caminos conducen al Chiado, el barrio que ardió en 1988 y que hoy, totalmente renovado, continúa siendo el corazón de la ciudad. La rúa Garret es su espina dorsal, que se ramifica, coqueta, en pequeñas vías y patios casi secretos, a los que hay que asomarse para descubrir pequeños cafés, librerías que huelen a páginas viejas y tiendas con un cierto toque vintage. Los comercios más modernos y bohemios hay que buscarlos en los límites del Bairro Alto, que asciende sinuoso desde la plaza de Luís de Camoes y se enrosca en rúas mínimas que de pronto se abren a otras por las que la vida fluye a borbotones, como la de São Pedro de Alcántara, con su idílico mirador. La ciudad se antoja desde aquí un lugar efervescente, que apetece recorrer de punta a punta, queriendo sostener con las manos las fachadas de sus casas a punto para el desguace. Aunque para fijarla en la memoria baste con una simple mirada desde terrazas y elevadores, como el de Gloria, o cerrar los ojos a la sombra de algún árbol.

Romanticismo y nostalgia, amor y rendición, sombras y luces, un viaje a otros mundos, a otros tiempos. Todo eso es el barrio de Alfama, el de los pescadores, el más antiguo de la ciudad, un arrabal de origen medieval, un laberinto. “Un animal mitológico”, que diría José Saramago, Premio Nobel de Literatura. La sede de su Fundación se ubica precisamente en la Casa dos Bicos, cuya puntiaguda fachada marca el camino hacia la Sé, la poderosa Catedral, y ella el de un enjambre de calles que suben y bajan al compás del 28, el famoso tranvía eléctrico amarillo, o de alguno de los fados que se escapan de sus minúsculas tascas. Alfama es todo y, en realidad, no es nada. Un museo dedicado a la guitarra y su canción, alguna iglesia, sus fiestas del mes de junio, brasas y sardinas. Pero nadie puede decir que conoce Lisboa sin haberla recorrido a pie, despacio. Entonces es cuando se comprende que la verdadera belleza de la ciudad está en el aire, más allá, mucho más, de sus principales monumentos, como la Torre de Belém, el puente del 25 de Abril, el pedrao que recuerda a los descubridores y el Monasterio de los Jerónimos, en cuyo claustro descansa para siempre Pessoa. “Tengo sueño. Casi pido a los dioses que haya que me guarden aquí, como en un cofre, defendiéndome de las amarguras y también de las felicidades de la vida”.

Así es Lisboa, entre otras muchas cosas importantes y hermosas, que unida a la belleza de Canarias, forman un binomio para que el turismo de ambas culturas tengan la oportunidad de intercambiarse para ver sus múltiples bellezas de cada rincón de todas ellas. Personalmente, tengo que reconocer que para mi fue una gran experiencia visitar Lisboa, pero también convivir con unos amigos/as de la profesión, que junto con los coordinadores de comunicación de Binter y políticos del sector de Turismo del Gobierno de Canarias y Cabildo Insular de Tenerife, resultó ser algo maravilloso.  

tenerife lisboa