El hilo de Ariadna

“Tú tienes tu propio laberinto y, en él, todas las puertas están abiertas. Puedes entrar y encontrar diversos caminos, pero tu puerta de salida está justo enfrente de la de entrada”.

Entiendo ahora que este es un laberinto cuyo centro no alberga un monstruo. No, no es el laberinto del Minotauro, sino un lugar de alegría, un cruce de senderos sagrados que conduce a un centro, pero que también tiene salida. Durante el recorrido encontramos lo humano y lo divino. Así entiendo ahora la vida, y entiendo que, para recorrerla y llegar a la salida siendo más sabios y felices, debemos usar el mismo hilo que usó Ariadna para salvar a Teseo: el hilo mágico del Amor.

Hay muchas formas de contar la leyenda del Minotauro, pero pocas son las que hacen hincapié en su moraleja o mensaje. Y menos las que destacan la figura femenina de la historia. Ariadna, la princesa cretense “pura de espíritu y corazón”, al ver a Teseo por primera vez sintió que podía ser el héroe que derrotara al terrible monstruo-dios con forma de toro que amenazaba Creta. Se enamoró perdidamente del joven príncipe ateniense, y le prometió ayuda para vencer a la oscuridad. No solo fabricó una madeja de hilo dorado que ayudaría a su amado a escapar del laberinto, sino que le protegió “con la coraza del poder de su amor”. Sí, Teseo venció al Minotauro y encontró la salida del laberinto, pero, finalmente, abandonó a Ariadna a la voluntad del dios Dionisos.

Ariadna quedó desolada, pero como discípula de la diosa Afrodita, encarnación del amor, llegó a comprender que si Teseo realmente hubiese sentido en su corazón que ella era su única amada habría luchado por ella contra Dionisos. La joven supo que debía dejarlo marchar y afrontó que “el amor que no es correspondido en igual medida no es amor”. Amó y perdonó a Teseo y este, tiempo después, construyó en su honor otro laberinto en el interior de un edificio que llamó ‘Templo del Amor’ y consagró a Ariadna, la Señora del Laberinto.

También la leyenda del rey Salomón y la reina de Saba se teje en torno a un laberinto, una construcción de diseño sagrado que, siglos más tarde, quedó plasmada para la eternidad en el interior de la catedral gótica más importante del mundo, la catedral de Chartres. Su laberinto cuenta con once senderos de entrada y salida y, cual el de Salomón, posee un círculo central. Recorrerlo no es un mero acto de distracción. Aquel que se adentra en él se aventura al despertar de su conciencia, a descubrir su verdadero yo. Porque siguiendo las instrucciones divinas, el sabio rey del monte Sión había construido el tabernáculo para que los hombres y mujeres accedieran a Dios. Cuentan que en el círculo central, todo el que ha despertado encuentra a Dios. ¡Y que es Dios sino el amor perfecto!

En cada uno de nuestros laberintos individuales, todos hallamos senderos de entrada y de salida, y todos podemos llegar al centro si nos lo proponemos. Mi inmensa fortuna es tener las puertas abiertas.

La reina de Saba no era una mujer fácil y no iba a entregarse a una unión tan sagrada con cualquiera, sino con el hombre al que reconociera como parte de su alma.

(*) Periodista.