Cuento para una niña nepalí

Viajar a Nepal es como adentrarte en un mundo lleno de magia, de sorpresas, improvisación y encantos. Ese espejo asiático del otro lado del mundo occidental, me cautivó, me sorprendió, me dio la paz espiritual que necesitaba. Cuenta la leyenda que el origen de Nepal se localiza en el valle de Katmandú cuando sus zonas más bajas estaban anegadas por un gigantesco lago de aguas cristalinas color turquesa. En el centro de este gran lago creció una enorme flor de loto que irradiaba una luz divina, forma en la que se manifestaba Swayambhu, el buda primigenio. Era tal la belleza del lago y de esta gran flor que miles de peregrinos de regiones vecinas se acercaban al lugar para admirar tan increíble paisaje y venerar, aunque fuera desde la alejada orilla, a esa flor divina. En ese bello lugar nació, hace diez años, una niña llamada Sofi; cuya flor de loto quiso ofrecerle toda su magia y encanto.

Los amaneceres y atardeceres en Nepal son mantos divinos, engalanados de múltiples colores que dan vida a un cielo azul y vida a las majestuosas cordilleras del Himalaya. En ese extraordinario lugar una niña llamada Sofi, de tez morena, ojos grandes, cabellos oscuros y largos, generan en la diosa viviente Kumari, celos de impotencia ante tanta belleza de la niña nepalí. Muchas fueron los días donde Sofi miraba los maravillosos atardeceres que se sucedían entre la frontera de la India y su aldea rural de Katmandú. Sentada en lo alto de una preciosa montaña agrícola; con las piernas cruzadas, Sofi pensaba, soñaba y presagiaba el futuro de su país. El Everest impertérrito, abrigado por un manto blanco de nieve, sonreía a la bella niña nepalí. ¿Cuántas cosas soñó aquella niña de cuatro años? ¿Cuánta inocencia en su mirada? Quería un cambio para su país; una vida más justa y caritativa para su pueblo.

Lloro escribiendo estás líneas porque esa niña, junto con otras muchas, me dieron un cofre lleno de valores, de vida e ilusión en otros momentos de mi vida. El destino quiso ser justo con Sofi. Los templos budistas de Katmandú votaron por unanimidad que era de justicia divina premiarle con otra vida, en otro lugar, con otra gran familia. Mamá Gladys  Domínguez Naranjo, tío Germán y abuelo, Agustín; han sido y siguen siendo sus tesoros; el rayo de la esperanza que llegó a su vida cuando los dioses de Katmandú no se entendían y la flor de loto ya había desaparecido del gran lago como arte de magia. Abuelo, Agustín le enseñó la sabiduría de su experiencia en sus largos y emocionantes años como emigrante en Venezuela.  Mamá Gladys sembró en el corazón de Sofi, amor, cariño, ternura y comprensión. Tío, Germán, la bondad, tolerancia, amor, admiración.

Sofi, la niña nepalí,  llegó a la vida de su nueva familia adoptiva como una nueva luz de ilusión y de esperanza. Atrás, quedó una historia, una corta vida que fue suficiente para que Sofi se adelantara a su propio tiempo y a su propio destino. Las montañas, valles y ríos de Nepal le echan de menos. Sofi no se olvida de su país, de sus amiguitos/as. Ella, al igual que muchas niñas de su país, soñó con una mejor vida y lo consiguió. Las estrellas de Nepal se descubren cada noche en los más alto del firmamento; iluminando la India, China y Katmandú, pero especialmente el corazón de Sofi. Un día estuve en tu país, me senté en un enorme árbol milenario.  Era de noche, y en los más profundos de esos valles, divisé muchas lucecitas. Eran como pequeñas estrellas posadas sobres los techos metálicos de familias campesinas que dormían tras un largo día de duros trabajos. Allí, viviste tú. En ese lugar, la luna y las estrellas fueron durante unos años tus amigas. Al igual que el sol, lo fue durante el día. Te quiero, Sofi.

13754084 10210733387037354 7192771598869680448 n