Venezuela al borde de un conflicto social

Venezuela sufre, llora, se desespera, se ve impotente, el legado dejado por el que fuera presidente de país caribeño, Hugo Rafael Chávez Frías, está pasando factura a la población civil. Un descontrol y fracaso en todas las infraestructuras políticas chavista, motiva que la población civil venezolana no encuentre alimentos, medicinas y agua. El periódico Pan Caliente describe la verdadera situación por la que atraviesa actualmente Venezuela. Cuando vienen lo hacen todas juntas. En Venezuela la población y las empresas deben soportar una escasez y desabastecimiento sin precedentes de alimentos, productos básicos, medicinas, repuestos, entre otros. Pero por si fuera esto poco, el país experimenta una falta de agua que muchos aseguran se debe a la falta de previsión del gobierno y no al fenómeno climático de El Niño como éste asegura. De remate, los venezolanos están agobiados por una crisis eléctrica que amenaza con convertirse en catástrofe.

Desesperado por tener agua, el trabajador de la construcción Pedro Pirela y sus vecinos tendieron recientemente una emboscada nocturna. Alertados por el ruido de un camión cisterna que suplía a los hoteles en las cercanías, bloquearon la calle y obligaron al conductor a detenerse para luego sustraer el preciado cargamento. Pirela y sus cómplices no tenían más alternativa, aseguran. Una escasez de agua está postrando al país, cerrando los grifos y contribuyendo a los constantes apagones. Aquí, en la Isla Margarita, un popular destino turístico que también alberga a medio millón de habitantes, el gobierno dijo que puede proveer agua sólo una vez cada 21 días luego de que un embalse se secó. Algunas personas protestan. Otros están robando agua de las piscinas, los edificios públicos y hasta los camiones cisterna. “Ahora, el agua es oro”, dice Pirela, quien reconoció que también emboscó otro camión.

En un país afectado desde hace tiempo por la escasez de alimentos y medicamentos, se han sumado recientemente la falta de agua y los cortes de electricidad, una consecuencia de la escasez de agua en un país dependiente de la energía hidroeléctrica. A medida que los embalses se evaporan, muchos venezolanos pasan semanas sin agua. Los apagones obligan a las fábricas a enviar a casa a sus empleados antes de completar sus turnos, lo que reduce la producción. Los vecindarios sin luz son un terreno fértil para los ladrones. Incluso tratar de escapar de estos problemas yendo al cine, por ejemplo, ha perdido su atractivo. Los recientes cortes de luz en Caracas han forzado a los centros comerciales a cerrar temprano, con lo que la última función de cine es a las 6 de la tarde.

La situación podría empeorar bastante. Los expertos señalan que la mayor represa hidroeléctrica tiene tan poca agua que en los próximos días podrían comenzar a implementarse cortes de luz de hasta ocho horas al día. “Estamos en una situación crítica”, reconoció recientemente el ministro de Energía Eléctrica, Luis Motta Domínguez, ante un grupo de periodistas. El gobierno del presidente Nicolás Maduro, que controla los sectores de la electricidad y el agua, culpa a la madre naturaleza y al sabotaje por parte de sus opositores políticos.

Una sequía producto del fenómeno climático conocido como El Niño ha reducido a niveles alarmantemente bajos los niveles de los embalses y en El Guri, una gigantesca central hidroeléctrica en el oriente del país que suple 65% de la electricidad de Venezuela. El agua en El Guri se acerca a sus niveles más bajos desde su inauguración en los años 70. El agua de la represa se ubicaba el viernes apenas 60 centímetros por encima del nivel en el que los técnicos consideran que operar la turbina de agua se vuelve inseguro y casi cuatro metros sobre el nivel en que la generación eléctrica tendría que suspenderse, según cifras de la eléctrica estatal Corpoelec, que también mostró que el nivel del agua está cayendo en promedio 15 centímetros al día.

El gobierno ha reaccionado con un racionamiento eléctrico y con anuncios en televisión que exhortan a los venezolanos a conservar agua. La mayoría de los colegios públicos cierran temprano, los hoteles de Caracas han recibido instrucciones de reducir el consumo de electricidad y los empleados estatales han disfrutado de vacaciones más largas como una forma de ahorrar agua y electricidad. Los detractores dicen que el gobierno no ha ofrecido evidencia alguna de sabotaje y señalan que países vecinos que también dependen de la energía hidroeléctrica soportan mejor El Niño y no sufren apagones. Miguel Lara, consultor de energía de Caracas, dice que los verdaderos problemas son la corrupción y la falta de inversión y mantenimiento por parte del gobierno.

El congresista de la oposición Jony Rahal señala que en 2009, el entonces presidente Hugo Chávez firmó un acuerdo de US$180 millones con Irán para la construcción de una nueva tubería que trasladaría el agua desde el continente hacia la Isla Margarita. No se ha instalado ni un centímetro de la tubería pese a la distribución de los fondos, acusa Rahal. En la isla cercana de Coche, tuberías de agua abandonadas que se oxidan a la intemperie son las únicas señales de un proyecto que el gobierno de Maduro anunció hace dos años. Llamadas hechas a funcionarios del gobierno para preguntar por el pacto con Irán no fueron devueltas. “Hay una palabra para explicar esta crisis: corrupción”, dice Rahal, quien ha investigado el suministro de agua a la isla durante siete años. La comisión de finanzas públicas de la Asamblea Nacional, que es controlada por la oposición, anunció que investigará las acusaciones de malversación de fondos en los contratos de la eléctrica estatal. Muchos venezolanos cuentan que cuando el agua sale del grifo, a menudo contiene barro y arena. En El Valle, un barrio pobre de Caracas, la mucama Ángela Mera deja el grifo correr durante una hora antes de que el agua se aclare. “Esperamos tanto tiempo por el agua, y lo que sale es esta mugre”, relata. La presidenta de la empresa estatal de aguas HidroVen y viceministra de Gestión Eco socialista de Aguas, Siboney Tineo, no respondió a las solicitudes de comentario. Algunos en el gobierno, no obstante, esperan una intervención divina. “Dios de nuestro lado!”, escribió el jueves Motta en su cuenta de Twitter, donde aparece en una foto apuntando a nubes de lluvia en la distancia.

El sistema eléctrico venezolano está fallando pese a una inversión de US$10.000 millones durante los últimos 10 años, según una declaración de Tineo ante la Asamblea Nacional en febrero. El gobierno invirtió unos US$60.000 millones en infraestructura entre 2008 y 2014, estima Juan Pablo Olalquiaga, presidente de la Confederación Venezolana de Industriales. La cifra incluye plantas termoeléctricas y la planta hidroeléctrica de Tocoma, que demandó una inversión de US$9.000 millones, el proyecto no petrolero más caro en la historia del país. La represa, sin embargo, aún no empieza a generar electricidad.

Voceros de Corpoelec y los ministerios de Electricidad y Comunicación no quisieron referirse a nuevas inversiones en plantas. Buena parte del país sufre cortes esporádicos de electricidad. En la Isla Margarita no hay agua para descargar los baños en las habitaciones del Venetur Hotel, un establecimiento de cinco estrellas. El lavado de ropa está suspendido, la piscina está vacía y las cataratas artificiales se han secado. El agua que llega por camión no da abasto. “Hasta Cuba está llena de turistas ahora”, lamenta la agente de viajes Susana García, parada en el lobby vacío de Venetur.

Al oeste, en la ciudad industrial de Maracay, la producción de Caracas Paper Co., una empresa fundada hace 63 años, ya estaba cayendo debido a la falta de papel y otros suministros. Ahora, los cortes impredecibles dañan las máquinas de cortar y las prensas que utiliza para fabricar cuadernos y sobres, dice su gerente general, Gonzalo Penagos. Algunas plantas han comprado generadores de diésel, pero la papelera no tiene los fondos para hacerlo, señala Penagos. “¿Por qué invertir en un generador cuando ni siquiera se pueden conseguir materias primas?”, se pregunta. Muchas personas como Elizabeth Castro, una enfermera en la ciudad portuaria de La Guaira, guardan agua en tinas y baldes. La práctica, sin embargo, sirve como caldo de cultivo para los mosquitos que transmiten el virus del Zika, que Castro y algunos parientes padecen. “Lo que nos está pasando es alarmante, muy alarmante”, señala. Con información de The Wall Street Journal